Tal vez no tenga idéntico espíritu que nuestar Tribu, pero el sistema es el mismo...les dejo la información sobre la experiencia de un grupo de familias que cooperan en el cuidado de sus niños.
MJ
lunes, 28 de septiembre de 2009
sábado, 14 de marzo de 2009
ENCUENTROS PRIMAVERALES...
Nos seguimos encontrando cada martes una vez por la tarde y otra por la mañana
Os dejo el cronograma de marzo:
Martes 17 a partir de las 16.30 en Rosa de Foc. Verntallat nº 26 - Gracia. Metro Fontana.
Martes 24 a partir de las 10.30 en el Huerto Comuntario de Banyoles nº 5 - Gracia . Metro Verdaguer.
Martes 31 de marzo a partir de las 16.30 en Rosa de Foc.... y así sucesivamente.
Abrazo y los esperamos la próxima semana.
La Tribu
Os dejo el cronograma de marzo:
Martes 17 a partir de las 16.30 en Rosa de Foc. Verntallat nº 26 - Gracia. Metro Fontana.
Martes 24 a partir de las 10.30 en el Huerto Comuntario de Banyoles nº 5 - Gracia . Metro Verdaguer.
Martes 31 de marzo a partir de las 16.30 en Rosa de Foc.... y así sucesivamente.
Abrazo y los esperamos la próxima semana.
La Tribu
martes, 3 de febrero de 2009
Casilda Rodrigañez
Dejo un texto de sobre el largo debate sobre "poner límites", creo que el pensamiento de Casilda Rodrigañez es revelador para quienes nos preguntamos cómo arrivar a buen puerto en situaciones conflictivas con nuestro bbés que ya empiezan a ser autónomos.
PONER LIMITES O INFORMAR DE LOS LIMITES
El amor después de la etapa primal.
Cuando se cambian las órdenes
por la información y la complacencia
Casilda Rodrigáñez Bustos
La Mimosa, noviembre 2005
(Texto inédito)
Hace poco me llamó la atención el título de una charla; era
algo así como: “Poner límites, cuándo, cómo y por qué”;
estaba referido claro está a los límites que se supone que
las madres y los padres debemos poner a las criaturas.
Este sin duda es uno de los dilemas más peliagudos con el
que nos encontramos todas y todos los que queremos criar y
socializar a las criaturas que hemos parido para que sean
felices, y no para que le rindan servidumbre a nadie; y con
el deseo y la firme voluntad de ser amantes complacientes y
no dictadores o dictadoras autoritarias
PONER LIMITES O INFORMAR DE LOS LIMITES
El amor después de la etapa primal.
Cuando se cambian las órdenes
por la información y la complacencia
1- Poner límites o informar de los límites
Hace poco me llamó la atención el título de una charla; era
algo así como: “Poner límites, cuándo, cómo y por qué”;
estaba referido claro está a los límites que se supone que
las madres y los padres debemos poner a las criaturas.
Este sin duda es uno de los dilemas más peliagudos con el
que nos encontramos todas y todos los que queremos criar y
socializar a las criaturas que hemos parido para que sean
felices, y no para que le rindan servidumbre a nadie; y con
el deseo y la firme voluntad de ser amantes complacientes y
no dictadores o dictadoras autoritaria
En mi caso, la respuesta la encontré en el libro de
Françoise Dolto, La cause des enfants (1). En este libro
Françoise Dolto analiza el trato habitual que las madres y
padres dan a sus criaturas cuando empiezan a ser autónomas,
y que, salvo excepciones, consiste en darles órdenes sobre
todos los aspectos de su vida cotidiana
En esta actitud adulta hay dos aspectos importantes:
Uno es la subestimación de las capacidades (intelectuales,
motrices, etc.) de las criaturas.
Según Dolto, las madres y los padres subestiman las
capacidades y cualidades (inteligencia, sensibilidad,
capacidad de discernimiento, sentido común,
responsabilidad, instinto de supervivencia y sentido del
cuidado de sí mismas, capacidad de iniciativa, etc.) de las
criaturas en general, y las tratan como si fueran
incapaces por sí mismas de sentir, de pensar, de evaluar
las circunstancias de una situación dada, o de tomar la más
mínima decisión.
Por lo general, en sociedades menos patriarcalizadas o por
lo menos, menos occidentalizadas, podemos observar que la
infancia es más libre, y goza de un mayor reconocimiento y
confianza en cuanto a su inteligencia y capacidades. Sin ir
más lejos recordemos lo que decía Liedloff (2) sobre los
Yequona.
Por su parte Dolto dice que el reconocimiento de las
capacidades efectivas de las criaturas nos llevaría a
darles una información respetuosa, confiando en su
capacidad de discernimiento, por lo menos en una gran
medida, en lugar de darles sistemáticamente órdenes.
La diferencia entre dar INFORMACIÓN y dar ORDENES es
crucial; Dolto pone un ejemplo que me parece muy
ilustrativo: a un japonés que aterrizara en nuestra ciudad
no le daríamos órdenes de lo que debe hacer, visitar, etc.
sino que le daríamos la información necesaria para que se
pudiera desenvolver por la ciudad (cómo funcionan los
transportes públicos, los sitios donde dan de comer mejor y
más barato, etc.), o sobre las cosas interesantes que
podría visitar, etc. ¿Por qué no tenemos la misma actitud
con las criaturas que con el visitante extranjero?
Para contestar a la pregunta, hay que tener en cuenta el
segundo aspecto al que me he referido antes: la prepotencia
adulta.
3
Porque en la actitud ante el visitante extranjero, además
de reconocimiento de su capacidad de discernimiento, de
movilidad, etc. hay también un reconocimiento de su
integridad como persona, con sus gustos, sus apetencias,
sus prioridades, incluso su escala de valores... en otras
palabras, no sólo hay reconocimiento de su inteligencia y
capacidades, sino también consideración y respeto hacia lo
que quiere; tal es la actitud que corresponde a una
relación respetuosa con nuestros semejantes, de igual a
igual.
La actitud con las criaturas es diferente no sólo porque
como hemos dicho antes, subestimamos sus capacidades, sino
también porque tenemos inconscientemente interiorizado que
estamos por encima de ellas, que somos sus superiores y
ellas son nuestras subordinadas.
Somos prepotentes con la infancia, en el sentido literal de
la palabra: pre-potentes, tenemos el Poder previo, un Poder
fáctico –el dinero, los medios- sobre todas sus actividades
cotidianas; y podemos obligarlas por las buenas o por la
malas, para que hagan cada día las cosas con las
prioridades y de la manera que unilateralmente decidimos.
Conviene recordar que nuestro modelo de hombre o mujer
adulta incluye la jerarquización social que caracteriza a
nuestra civilización, uno de cuyos pilares es la
superioridad adulta. Aristóteles, en el siglo V a.c. decía
ya:
Para hacer grandes cosas, es preciso ser tan superior a sus
semejantes como lo es el hombre a la mujer, el padre a los
hijos, el señor a los esclavos. (3)
La práctica adulta de mandar sobre las criaturas es tan
vieja como el Patriarcado mismo; no voy a detenerme aquí ni
a referir los múltiples párrafos que la Biblia dedica a
este aspecto, como cimiento que es de la civilización
judeo-cristiana; pero creo que es preciso señalarlo para
entender por qué lo tenemos tan sumamente interiorizado. Y
lo difícil que es sustraerse a él.
Debido a esta interiorización, todos los días sin darnos
cuenta, le damos cuerda a estas supuestas incapacidades de
l@s niñ@s que justifican nuestra superioridad, y no somos
capaces de romper el círculo vicioso y la dinámica social,
ni nos planteamos otra posible relación con ell@s; no se
nos ocurre tratarlas como al japonés del ejemplo: como
seres humanos a los que hay que ayudar a conocer el
funcionamiento del mundo en el que han aterrizado.
4
Por eso a l@s niñ@s, por lo general, no se les informa de
los pormenores de la economía familiar, de las obligaciones
y dificultades de las personas adultas –“no son cosas de
niños”, se dice-, y de las limitaciones de todo tipo a las
que estamos sujetas. Y por lo mismo, ni se nos ocurre
ponernos a analizar conjuntamente las posibilidades de
ampliar esos límites, movidas por el afán de complacerles
en sus deseos.
2
La implicación emocional que acompaña las dos actitudes
Porque no se trata de ignorar los limites, sino de la
forma de abordarlos; o mejor dicho, la relación desde la
que se abordan, y por lo tanto, si se abordan
unilateralmente, desde la distancia emocional, o si se
abordan conjuntamente, desde el deseo de complacencia y de
bienestar inmediato. Es decir, la implicación emocional
ante ellos.
Pues está tan arraigada la norma social autoritaria de
relación con la infancia, que incluso las madres que han
tratado de respetar la etapa primal de sus criaturas y las
han dado el pecho a demanda, complaciendo sus deseos, a
menudo cambian la actitud de complacencia cuando la
criatura empieza a andar y a ser autónoma.
Parece como si la complacencia ya no fuera posible; se
argumenta a menudo que la criatura al andar sola se puede
dar golpes, se puede caer, meter los dedos en los enchufes,
romper los ceniceros de porcelana, etc.etc. Luego crecen
más y quieren salir a la calle cuando toca comer, o comer
cuando toca salir a la calle, etc.
Así parece inevitable la autoridad. El decir ‘no’ a los
deseos de las criaturas.
Dice Dolto que los supuestos peligros que amenazan el
movimiento propio de las criaturas, forma parte de un
sistema que se retroalimenta. Porque desde el momento en
que en lugar de darles una explicación interponemos un
‘no’, estamos impidiendo el aprendizaje del entorno, y es
este desconocimiento del entorno, como dice Dolto, lo que
le vuelve peligroso.
L@s adult@s que han entrado sin darse cuenta en esta
dinámica, aunque a menudo se encuentren en medio de una
gran contradicción entre su deseo de complacencia y las
5
obligaciones de la vida cotidiana, no ven manera de
resolverla más que por la vía autoritaria. Ciertamente
resulta difícil desactivar el mecanismo de esta vía, puesto
que la propia dinámica autoritaria, al impedir el proceso
de autonomización y de aprendizaje, genera su propia
autojustificación.
Sin embargo, las criaturas están perfectamente capacitadas
para aprender a moverse en su entorno sin riesgo; y como es
la actitud autoritaria lo que bloquea el desenvolvimiento
natural de sus capacidades, cuanto antes se cambie de
actitud, antes y mejor aprenderá a moverse de forma
autónoma en su medio y a hacerse responsable de sus
circunstancias.
Más adelante nos detendremos en cómo la actitud autoritaria
afecta al aprendizaje; ahora sólo lo menciono para entender
la trampa del desamor en la que caemos las madres, que nos
incapacita para mantener el amor incondicional. Del mismo
modo que los riesgos del parto se han convertido en la
justificación de una innecesaria medicalización, ocultando
la usurpación de la función femenina que hay detrás de
dicha medicalización, del mismo modo digo, las supuestas
incapacidades y desconocimientos de las criaturas
justifican la inercia del comportamiento adulto autoritario
y la desaparición del amor complaciente, al tiempo que
ocultan las verdaderas cualidades de las criaturas.
Y al igual que la medicalización innecesaria del parto
produce la quiebra de su autorregulación fisiológica y
acarrea nuevos riesgos, la dinámica autoritaria también al
quebrar su desarrollo anímico (capacidad de amar,
sexualidad, proceso de autonomización y aprendizaje, etc),
acarrea más y más dificultades y, en definitiva, la
incapacidad de la criatura para desenvolverse en su medio.
En cualquier caso, en mi opinión, siempre es posible
mantener el amor complaciente después de la etapa primal.
Porque el amor complaciente es un hecho totalmente
independiente de los límites que haya, por muy desgraciados
que éstos sean. Son dos cuestiones de diferente condición.
Es algo muy simple; se trata de que, ante cualquier límite
que se oponga a los deseos de nuestra criatura, nos
situemos incondicionalmente del lado de sus deseos; y en
lugar de considerarlos meros caprichos improcedentes, los
analicemos honesta y sinceramente con ella, junto con todos
los factores que intervienen en la situación, para después
tomar una decisión conjuntamente.
6
Se trata desde luego de hacer una valoración de la
viabilidad técnica de los deseos de las criaturas, pero
también de hacerla desde el punto de vista de su proceso
anímico, valorando sus deseos, no como caprichos
arbitrarios, sino como producto de su vitalidad y en tanto
que pulsiones vitales que animan su desarrollo
psicosomático, emocional y de aprendizaje; y además de
hacerlo con el respeto y la responsabilidad de la
protección que le debemos a ese desarrollo, a esa criatura
humana que no es mi inferior ni mi subordinada, sino que es
mi semejante y socialmente mi igual. Porque el que yo
pueda decidir, el que yo pueda obligarla, es una realidad
de orden secundario, es un asunto del Código Civil, del
Contrato Social, de una Ley que me otorga una posición de
superioridad; pero no es la verdad primaria y fundamental;
en realidad, no es más que una mascarada para organizar la
función de este Gran Teatro del Mundo. Para nada somos
superiores a ellas, y quien lo crea, quien crea que es
verdad, sufre una tremenda equivocación. Nuestra función de
madres es propiciar y proteger su desarrollo, puesto que
las hemos parido, no manejarlas como una propiedad.
Aunque no nos demos cuenta, esta relación con nuestras
criaturas también nos desquicia tanto a los hombres como a
las mujeres. Como dice Isabel ALER (4), la reproducción de
relaciones filiales patológicas nos parte el corazón, es
una, quizá la más grave, de nuestras co-razones rotas.
Si analizamos con un poco detenimiento lo que significa
situarnos sin más del lado de los límites, ordenándolas
directamente lo que tienen que hacer, como normalmente
suele hacerse, nos daremos cuenta que ahí hay encubierta
una gran falta de empatía amorosa, una gran falta de amor
verdadero
Habrá quien diga que a una criatura de dos o tres años no
se le puede explicar nada, que no entiende nada. Esto no
es cierto. La psicología neonatal ha probado ya que
incluso los fetos antes de nacer tienen conciencia, memoria
y recuerdos (5). Esto viene a romper muchas creencias según
las cuales las criaturas humanas antes de nacer y recién
nacidas, ni sienten ni padecen; creencia que permite, por
ejemplo, pinchar el cráneo con una aguja para monitorizar
el feto ante de nacer, sin afectación emocional.
Por otra parte, si la relación con la criatura desde que
empezó a andar, ha consistido en darle órdenes en lugar de
explicaciones, ésta arrastrará un handicap de
desinformación, de dinámica de sumisión y de retraso en el
hábito de asumir iniciativas responsables; porque una
criatura que ha sido tratada respetuosamente y con
7
sinceridad, que se le ha ido informando en cada
circunstancia, desarrolla una gran capacidad de
entendimiento y de iniciativa responsable. Las criaturas
humanas tienen de hecho esa gran capacidad de entendimiento
y de acción, esté más o menos atrofiada o desarrollada,
pero siempre está ahí, y siempre es buen momento para
iniciar un trato diferente con ella basado en el
reconocimiento de esa capacidad y en el respeto a sus
deseos.
Aunque nos parezca que una criatura no entiende, siempre
entiende; por lo menos mucho más de lo que nos creemos; y
lo cierto es que casi siempre subestimamos su capacidad de
comprensión. Creo que casi todas podemos recordar alguna
anécdota en la que alguna criatura nos ha sorprendido ‘por
la cuenta que se daba de tal o cual cosa’, ‘a pesar de lo
pequeña que era’ etc. etc. Yo recuerdo de pequeña que
siempre fingía que no me enteraba ni entendía aquello que
los mayores daban por hecho que era así, para tenerles
complacidos. Lo que nos hace infravalorar la capacidad de
entendimiento de nuestros hijos e hijas es la prepotencia
en la relación con ell@s, prepotencia que llevamos adscrita
a nuestra estructura psíquica.
Así pues, aunque nos parezca que no nos pueden entender,
debemos probar a explicarles la situación conflictiva entre
los deseos y los límites; contémosles lo que hay,
poniéndonos en su lugar y comprendiendo sus deseos,
sintiendo con ellas la frustración, deseando con ellas que
los márgenes para la expansión de los deseos fueran
mayores, haciéndonos cómplices y estudiando las
posibilidades de eludir lo que no se quiere hacer y de
hacer lo que sí se quiere hacer, y poniendo los medios y el
poder que socialmente ostentamos al servicio de sus deseos.
Creo que mucha gente se sorprendería de los resultados.
Y si a pesar de todo tenemos que doblegarnos ante los
límites, sufriremos juntas la represión de nuestros deseos:
porque mi deseo ha seguido, sigue y seguirá siendo la
complacencia del suyo.
Porque de esto es de lo que se trata. De mantener la
producción de la líbido amorosa del proceso de la
maternidad; la sustancia que si no se bloquease trabaría la
fraternidad, el bienestar y el apoyo mutuo. Por eso es tan
importante mantener la complacencia y reflexionar sobre los
deseos de las criaturas.
Tenemos que tener en cuenta que, cuando adoptamos la
actitud de ponernos sin más del lado de los límites, sin
considerar tan siquiera lo que la criatura quiere, porque
8
tenemos las decisiones ya tomadas, sin dar ocasión para
estudiar los márgenes posibles de maniobra, y le vamos
soltando a la criatura un ‘no’ tras otro, la criatura lo
que percibe es que sus deseos no nos importan; se da
cuenta de que ni siquiera han sido contemplados como una
posibilidad real; y de algún modo siente que se está yendo
sistemáticamente en contra de ella, contra sus deseos;
porque a diferencia nuestra, ella todavía sí se identifica
con los deseos que le brotan del cuerpo. Ella todavía no
está socializada del todo, y todavía es capaz de producir,
de reconocer y de identificarse con sus deseos.
Y nosotras, ya desde este mundo, de un plumazo resolvemos
la cuestión, impasiblemente, poniéndoles un ‘no’ tras otro,
como si estuviéramos poniendo una lavadora tras otra.
Porque es lo que nos toca, supuestamente, como madres,
hacer.
¡Qué diferente la perspectiva, si contemplamos sus deseos
como la maravillosa vitalidad de sus maravillosos cuerpos!
Entonces lo que nos costaría es decirles ‘no’, y en cambio
no nos costaría nada ponernos a desbrozar el terreno para
que sus vidas tuvieran la máxima expansión posible.
Sus deseos todavía son el pulso de su vida, lo que alienta
su existencia.
Por eso la negación de los mismos, aunque no nos demos
cuenta, supone una negación de su vida, un cuestionamiento
de su existencia; una existencia y unos deseos que debían
ser incondicionalmente defendidos y protegidos por la madre
y el grupo familiar de la madre.
Aunque no podamos ofrecerles la vuelta al Paraíso, el
‘amaryi’ (6), con la actitud de la información y de la
búsqueda de la complacencia, estaremos demostrando que no
querríamos que estos límites existieran, y la criatura
percibirá el deseo de su madre de cambiar las
circunstancias que se oponen a sus deseos para poder
complacerla.
Ante la evidencia del deseo de complacencia, la criatura no
identificará límites y falta de amor, como en cambio
sucedería si directamente le damos órdenes como si fuéramos
las promotoras de los límites.
Y así la criatura podrá seguir creciendo en el entorno de
empatía y amor incondicional que necesita para el
desarrollo de su propia capacidad de amar.
9
Porque aunque tenga que someterse a los límites y a la
ordenación social, la criatura se sentirá amada
incondicionalmente
Si lo pensamos un poco, la actitud de los amantes en
general es tratar de buscar la mejor manera para vivir en
este mundo, manteniéndose cómplices ante los impedimentos y
los límites, y buscando conjuntamente las mejores opciones
que tienen.
Si hubiera que resumir esta actitud en una palabra, ésta
sería COMPLICIDAD.
Y que no nos quepa la menor duda de que las criaturas se
dan cuenta y sienten que sus deseos no nos importan. Cada
vez que las madres nos ponemos del lado de los límites sin
tener en cuenta sus deseos, les estamos dejando de amar
incondicionalmente, y la criatura lo percibe. Y por eso
reacciona con rabietas, exigiendo las cosas de manera
testaruda, pataleando y armando zapatiestas por cosas
aparentemente insignificantes...
Pero no cogen pataletas por lo que se les ha negado (un
caramelo, el acceso a un objeto...) sino precisamente por
el significado afectivo de la negación rutinaria, que para
ellas no es otro que un menosprecio hacia sus vidas.
Con las pataletas no reclaman el objeto que se les ha
negado; están desesperadas porque no tenemos sus deseos -
sus vidas- en la consideración que se merecen, y en
realidad están reclamando ese amor incondicional que
aprecia y que sí le importa lo que ellas desean.
Y como la socialización de las criaturas es una negación
tras otra de sus deseos, la espiral de la guerra (‘la
guerra que dan l@s niñ@s’) y de las zapatiestas no cesa.
Fijáos que a veces hacemos concesiones, no por respeto,
reconocimiento y empatía con sus deseos, sino para parar la
rabieta. Esto, cuando menos, nos tendría que hacer
reflexionar.
La prueba de que las rabietas no se producen por un
empecinamiento especial por un objeto (empecinamiento que a
menudo se contempla como una característica de la
infancia), la podemos encontrar observando la situación
inversa. Cuando una criatura crece en una relación de tú a
tú con l@s adult@s, está informada de las dificultades de
este mundo, las grandes y las pequeñas y más cotidianas
dificultades de este mundo, que está todos los días
lidiando con ellas para sacar el mejor partido de cada
10
situación; cuando a esa criatura le dices ‘no puedo porque
estoy cansada’, o ‘no lo cojas porque hace falta para otra
cosa’, no organiza ninguna pataleta, ni se pone exigente ni
testaruda. Bien al contrario, demostrará una generosidad,
una comprensión y una complicidad que ya la quisieran
muchos adultos y adultas en sus relaciones. En primer
lugar porque sabe que le estás diciendo la verdad; porque
habitualmente no falseas la realidad ni te inventas
cualquier excusa para cerrarle la boca. En segundo lugar
porque sabe a ciencia cierta que siempre tienes en cuenta
sus deseos, y por lo tanto, cuando hay un ‘no’ no se pone
testaruda y exigente, sino que se muestra abierta a
entender y a aceptar las explicaciones.
El empecinamiento de las criaturas es por el amor
incondicional y complaciente perdido, y por la falta de
respeto que les profesamos; no por los límites a sus
deseos.
Los niños y niñas que crecen sin consideración a sus
deseos, a su impulso vital, sienten una gran soledad; una
soledad que ha sido detectada con mucha frecuencia por
psicólogos y psicólogas. Las cualidades tales como la
confianza y la reciprocidad propias de la capacidad humana
de amar, se lesionan. Porque lo propio del ser humano es
amar y ser amado incondicionalmente. Si esto nos falla, la
supervivencia entonces desarrollará toda la lista de
patologías que conocemos tan bien: celos, afán de
posesión, agresividad, violencia, sadomasoquismo,
depresión, autodestrucción, drogadicción... (aunque sólo
se consideren patológicos los casos graves más, pues
estando este tipo de relación con la infancia normalizada,
también lo están sus consecuencias más inmediatas).
En un reciente artículo (7), una psiquiatra pedía una
investigación y un debate sobre las causas de la
infelicidad infantil. Yo creo que la obra de Alice Miller
(8) sería el mejor punto de partida para este debate. Creo
sinceramente que la soledad y la infelicidad en la infancia
se deben a esta falta de reconocimiento y de empatía con
sus deseos, que en definitiva, es una falta del amor
incondicional que es propio del género humano; con esto
quiero decir que el desarrollo de las criaturas humanas
requeriría de un entorno medioambiental humano de
solidaridad y de empatía incondicionales, medio que hoy
está envenenado por un agente patógeno: las relaciones de
Autoridad y sumisión.
Las y los psicólogos insisten en la falta de comunicación o
diálogo entre padres-madres e hij@s. Y los padres-madres a
menudo se quedan perplej@s porque no entienden por qué
11
falla la comunicación, ya que se ven a sí mism@s plenamente
dedicad@s a sus hij@s. Yo creo efectivamente que es una
falta de comunicación, pero que no es cuantitativa sino
cualitativa; es la manera que tienen de ‘amar’ a sus hij@s:
Por un lado, ‘desean’ racionalmente ‘lo mejor’ para ell@s,
con la mente confundida por los valores competitivos de
nuestra sociedad de consumo, que subordina el bienestar
presente a unos supuestos logros en una futura integración
social. Y por otro, ese ‘amor’ racional está desconectado
de las pulsiones corporales de empatía amorosa y del deseo
de complacencia. Esta corrupción del amor hacia los hij@s
produce la falta de empatía con sus deseos, y permite el
posicionamiento unilateral del lado de los límites y en
contra de la vitalidad de sus hij@s. Esto crea el abismo,
la distancia emocional entre padres-madres e hij@s.
Habría que investigar también en qué medida la familia
nuclear y las familias con pocos hij@s ha propiciado en
buena medida un incremento de la infelicidad infantil,
debido a que ahora l@s niñ@s se pasan muchas horas solos o
en compañía exclusivamente de adult@s. Antes la falta de
complicidad de los adult@s se compensaba con la del grupo
amplio de niñ@s que había en el ámbito familiar. Por eso
ahora hay quizá más soledad en la infancia y más depresión
infantil.
Hay que tratar de entender que los deseos no son caprichos
improcedentes. Los deseos son el principio inmanente de sus
vidas.
Y si los deseos de las criaturas se vuelven caprichos
improcedentes, es porque sus vidas van rebotando contra los
muros y vagando desinformadas por un mundo que desconocen y
del que no saben nada. Cuanto más autoritaria es la vía de
la socialización, más ‘caprichosos’ y ‘egoístas’ se vuelven
los niños y niñas. Como siempre, el sistema que se retroalimenta,
y los expertos (psicología, sociología,
pedagogía) dándole cuerda, tomando las consecuencias del
sistema como lo originario de la vida humana.
El mercado lleno de terapias para subir la autoestima de la
gente, es una punta del iceberg del daño en la capacidad de
amar que nuestro modelo de socialización inflige a las
criaturas.
Es cierto que lo más importante es la etapa primal; la
etapa primal es básica, pero eso no quiere decir que no
cuenta lo que pasa después, a lo largo de toda la infancia,
tanto a favor –para compensar las heridas y las faltas de
la etapa primal- como en contra –para agravarlas.
12
La depresión infantil frecuente en los países occidentales
no pueden explicarse sólo por el daño de la etapa primal,
aunque éste sea el origen del desastre. Sino también por
la distancia y el abismo que la vía autoritaria crea entre
padres-madres e hij@s, y que impide que reciba un apoyo
afectivo de fondo y verdadero, que a su vez podría
compensar y superar el daño de la etapa primal. Con la
corrupción del amor se envenena el medio emocional, la
sustancia necesaria para la vida, y el resultado es como si
se envenenara el aire que respiramos o el agua que bebemos.
Luego nos rasgamos las vestiduras con la creciente
violencia, cada vez a edades más tempranas, de l@s niñ@s (y
también de l@s adult@s), cuando se sabe a ciencia cierta,
es decir, porque se ha probado científicamente (eso que
tanto nos reclaman los medios oficiales) cual es la raíz y
el origen de la violencia.
Dice Michel Odent (9) que la estrategia más certera para
hacer personas agresivas es separarla de su madre de
pequeña, es decir, provocarle la carencia de empatía
amorosa. Otros muchos autores (entre otros, la misma Alice
Miller y el neuropsicólogo J.W Prescott) han explicado y
han hecho estudios para probar esta relación entre la falta
de empatía amorosa y de placer en la infancia y la
violencia adulta (10). Recordemos también que,
históricamente, la aparición de sociedades violentas y
guerreras coincide con la desaparición de las sociedades
maternales y pacíficas del neolítico (11).
La vida tiene una enorme capacidad de recuperación. Pero
el sistema de crianza-educación, tras la devastación
primal, es una sucesión de mecanismos en cadena para
impedir dicha recuperación.
La gravedad de la falta de amor verdadero se entiende
cuando nos damos cuenta de la necesidad absoluta que tiene
la criatura de él. Esta necesidad, que puede compararse
como decía, con la del aire para respirar, o el agua para
beber, es lo que hace que la criatura acabe rechazando sus
propios deseos, porque se lo dicen los que supuestamente le
quieren. Y si la negación de los deseos es la negación de
la propia vida, se entiende la frecuencia de la depresión
infantil en nuestra sociedad.
La actitud autoritaria es una actitud de desamor. El amor y
el ejercicio del Poder sólo se compatibilizan cuando se
sublima el amor, cuando se le arranca de nuestras entrañas
y se le corrompe.
Lo importante es convencerse de que la existencia de los
límites no tiene que hacer cambiar la cualidad de mi amor
13
por la criatura, y que no estamos obligadas a ser
autoritari@s. No tenemos que caer en la trampa de ir por
el camino trazado, de la manera ‘normal’ de criar y educar
a l@s hij@s manteniendo con ell@s una relación de
prepotencia.
La quiebra del amor incondicional (en el caso de que halla
llegado a existir y si es que no se ha quebrado antes)
como decía Amparo Moreno es la transmutación de la relación
de tú a tú entre los amantes, en una relación de autoridad
y sumisión.(12)
Rendir el Poder –que tenemos de facto los padres y las
madres con respecto a las criaturas- para mantener el amor
incondicional y complaciente no es ninguna excentricidad;
es sólo un intento de vivir conforme a la verdad de las
cosas. Pero además, si no fuera por lo tremendamente
trágico que es, diría que lo más gracioso del asunto es que
resulta mucho más ventajoso, en todos los aspectos, también
para nosotr@s. Entre otras cosas, porque las criaturas
vuelven también a ser complacientes contigo; en cuanto
notan la actitud de complacencia, enseguida les brota la
reciprocidad. Como todavía la apisonadora del sistema no ha
terminado de aplastar sus cualidades humanas, mamíferas y
gaiáticas tales como la reciprocidad, la confianza, el
respeto a la propia dignidad y el deseo de mutua
complacencia, éstas se ponen en juego en cuanto encuentran
la cancha libre de Poder. Entonces, l@s niñ@s, en vez de
‘dar guerra’ dan mucha paz y mucha alegría. En vez de ‘dar
trabajo’, te alivian el stress del trabajo alienante de
nuestro mundo. Esto está comprobado. Te dan un amor
impetuoso, fresco, limpio, sincero. Te dan vida, te
revitalizan.
Being happy is what matters most’ (ser feliz es lo que más
importa) decía A.S. Neil (13) fundador de la escuela de
Summerhill, que lleva funcionando más de ochenta años en
Inglaterra. Es un eslogan sencillo y fácil de seguir. Y en
el fondo todas las madres y padres estaríamos de acuerdo
con él. No hemos parido hijos o hijas para que sean
presidentes de multinacionales o generales del Ejército. No
es el éxito social lo que más nos importa, sino que sean lo
más felices posible, siempre, aquí y ahora.
El amor complaciente maternal no tiene por qué desaparecer
con los límites. El amor complaciente es muy paciente para
explicar e informar a sus criaturas de los peligros y de
los límites de este mundo, y se aprestará a mostrarles
trucos para conseguir la máxima satisfacción de los deseos;
y no los borrará nunca de un plumazo, calumniándolos y
14
degradándolos a la categoría de ‘caprichos’, como suele
hacerse.
......
Las madres que se ponen del lado de los límites, también
dicen que quieren a sus hijos e hijas. Pero ese ‘amor’,
como decía, es un amor que, por adaptarse a la norma
social, se ha sublimado y corrompido. Es un ‘amor’ que ha
perdido su condición de ‘entrañable’ para hacerse
compatible con razonamientos que permiten la negación del
bienestar inmediato y los deseos de las criaturas, en aras
de algún supuesto bienestar futuro.
Pero como decía antes, esto es un engaño. Porque al amor
que nace en las entrañas le importa también el futuro
(¡cómo no le iba a importar a una madre entrañable la
felicidad futura de sus hij@s!); este amor sabe, con una
sabiduría intuitiva enseguida confirmada por la razón, que
el futuro, como ahora veremos, depende del desarrollo
presente de las cualidades y de la vitalidad de la
criatura. El futuro desde luego depende de muchas más
cosas, pero sobre todo y antes que nada, depende
precisamente de este desarrollo presente que se niega,
encima en aras del bienestar futuro.
El ‘futuro’ es como lo ‘sobrenatural’. Como no están ni se
ven, se recurre a ellos para justificar el cargarse el
presente y lo natural, porque, claro está, no hay nada ni
presente ni natural que justifiquen su propia devastación.
No es que al dejarnos llevar por el amor que nace de
nuestras entrañas vayamos a ignorar los límites. No es el
‘mimar’ lo que vuelve a las criaturas inadaptadas. El amor
complaciente lo que hace es encarar los límites desde el
respeto a la vida de las criaturas.
....
El cómo nos enfrentamos a la contradicción entre los deseos
y los límites (si nos ponemos del lado de los límites y
aplastamos sin más los deseos que se interpongan, o si nos
ponemos del lado de la criatura y de sus deseos para ver
conjuntamente con ella cómo conseguir el mejor margen de
felicidad y bienestar inmediatos), tiene una gran
importancia en la relación entre madre-padre y criatura, y
va a ser determinante en el desarrollo de la capacidad de
amar de la criatura...
Lo mismo que está normalizado que los bebés lloren, y eso
hace que a mucha gente ni se le ocurra pensar que a lo
mejor no tienen por qué llorar, también está normalizado –e
15
interiorizado en nosotras- que los niños y niñas tienen
que hacer las cosas porque se les manda, que eso es lo
mejor para ellas, y por eso tampoco se nos ocurre pensar
que se podrían hacer las cosas de otro modo. No tenemos
más modelo de relación con la infancia que el autoritario.
Tan normalizada está la obediencia de la criatura, la
subordinación de sus deseos a las órdenes, que muy rara vez
surge algún chispazo que la cuestiona.
Y sin embargo no deja de ser una incongruencia que mientras
que la felicidad y la satisfacción de los deseos de la
criatura durante la etapa primal nos complace, en cambio
cuando empiezan a ser autónomas, lo que nos complace es que
nos obedezcan sin rechistar.
¿Qué ha cambiado para que cambie la cualidad de mi amor?
Lo que hace que cambie la cualidad del amor maternal es la
convergencia de las normas establecidas imperantes, con la
dinámica de la personalidad adulta masculina o femenina, –
el ego- que se realiza, como decía Aristóteles, teniendo a
alguien por debajo de ti que te obedezca.
Para la criatura lo más importante, más importante que sus
deseos se satisfagan o no, es que el amor incondicional se
mantenga, que persista la sustancia emocional necesaria
para su desarrollo. Su felicidad, la expansión y desarrollo
armónico de sus cualidades psicosomáticas, incluida su
capacidad de amar, dependen de que la amemos
incondicionalmente, de que reconozcamos y respetemos sus
deseos, y que deseemos sinceramente complacerlos.
Otra idea sencilla para ayudar al mantenimiento del amor
incondicional y a no caer en la dinámica autoritaria, es
seguir a rajatabla el principio de no mentir; de no decir a
nuestr@s hij@s ni una sola mentira, ni piadosa ni no
piadosa. Practicar la absoluta transparencia y sinceridad.
El ejercicio del Poder siempre siempre requiere de la
mentira; por eso si nos proponemos firmemente no mentirlas
jamás, nos estaremos poniendo un serio obstáculo a nosotr@s
mism@s para la actitud autoritaria.
3
Algunas otras consecuencias
16
Decía Albert Camus: La vrai générosité vers l’avenir, c’est
de tout donner au present (14) –“la verdadera generosidad
hacia el porvenir, es darlo todo al presente”-, y esto es
más verdad en la infancia que en ningún otro momento de la
vida. Porque la criatura que ha tenido una etapa primal
complaciente y respetuosa y que también ha tenido una
infancia complaciente y respetuosa, habrá desarrollado
saludablemente tanto su capacidad de amar (del que depende
el grado de bienestar y de felicidad), como su capacidad de
adaptación (del que dependen las relaciones sociales
óptimas que puedan darse).
La relación autoritaria, como hemos dicho, no sólo afecta
al desarrollo de la capacidad de amar de las criaturas,
sino que también menoscaba las demás capacidades incluidas
las intelectuales; limita el desarrollo de todas las
aptitudes psíquicas y físicas, y frena el aprendizaje.
Porque el verdadero aprendizaje es el que se realiza movido
por la curiosidad y el deseo de aprender, que durante toda
la infancia EXISTE Y ESTA A FLOR DE PIEL.
Contrariamente a lo que popularmente se dice (que si mimas
a las criaturas, éstas se malcrían), es la actitud adulta
autoritaria y no complaciente la que impide el desarrollo
de su inteligencia –que la tienen-, de su capacidad de
cuidar de sí mism@s, -que también la tienen-, de su
capacidad de responsabilizarse de las cosas y de tomar
iniciativas –que la tienen también y no hay más que fijarse
en los niños y niñas del llamado Tercer Mundo. En nuestro
mundo las criaturas crecen sintiendo que no son
responsables de nada, que no tienen ni que pensar en las
circunstancias de su vida, puesto que se les inculca que
eso no es competencia de ellas sino que es competencia de
sus mayores, y que lo único que tienen que hacer es
obedecer. La actitud adulta autoritaria fomenta pues la
ignorancia, retrasa el aprendizaje, produce el
‘atontamiento’ y la irresponsabilidad, por mucho que les
demos a cambio un montón de libros y de clases de lectura y
de escritura, lo que en realidad cubre el objetivo de
tenerlas disciplinadas y entretenidas para que no piensen
por sí mismas, ni se les ocurra tener iniciativas propias.
Cuando la criatura crece sin tomar decisiones, ejecutando
las órdenes que recibe, y estudiando lo que se le manda que
tiene que estudiar, sin respeto al proceso de su propia
curiosidad, se destruyen aspectos muy importantes de su
vitalidad: su infinitas ganas de aprender, su capacidad
creadora e inventiva. La curiosidad que mana de las
criaturas como la leche de las madres, y que a nada que se
la deja es un caudal casi infinito, se detiene; la fuente
17
se estanca, se obstruye y aparece el rechazo al
aprendizaje. Porque una cosa es estudiar y otra aprender,
y con mucha frecuencia, lo que se estudia en los colegios
entra por un oído y sale por lo otro porque se ha
memorizado sin interés, sólo porque era lo que tocaba
hacer.
La enseñanza programada presupone que el estudiante tiene
que aprender lo que el programa indica, independientemente
de su curiosidad. Sin embargo el proceso de aprendizaje
natural tiene sus propias secuencias. La curiosidad incita
a la observación, promueve la retención, estimula la
capacidad de memorización, afina la motricidad fina,
desarrolla la gruesa, y unifica todo en un solo haz y en un
mismo afán de conocimiento. En cambio, la enseñanza
programada, ante la ausencia del estimulo de la curiosidad,
tiene que obligar a hacer ejercicios de repetición mecánica
que pongan en juego cada una de las distintas capacidades
por separado: así se hacen ejercicios de psicomotricidad
fina, poniendo a l@s pequeñ@s a pegar gomets o a hacer
palotes; ejercicios de psicomotricidad gruesa con las
distintas tipos de gimnasias; deberes de caligrafía, de
preguntas y respuestas, de memorización, etc., ejercicios
que se asumen por disciplina.
Pues bien, no es lo mismo ejercitar la psicomotricidad fina
haciendo palotes, que ejercitarla porque quiero coserme un
disfraz para una fiesta. No es la misma capacidad
intelectual la que se desarrolla aprendiendo una lección de
memoria que la que se desarrolla leyendo algo que me
interesa. Y además, cuando se realiza algo con el estímulo
del propio interés, por lo general requiere que se pongan
en juego diversos tipos de capacidades al mismo tiempo, y
esto es lo que también hace que cada una de estas
facultades, se templen cuantitativa y cualitativamente más
y mejor que si se ejercitan cada una por separado y por una
disciplina exterior. El deseo y la curiosidad, con el
impulso de la motivación, al unificar en un solo haz los
esfuerzos, produce una interrelación entre la motricidad,
el sistema nervioso y el cerebro que garantiza el
desarrollo armónico y la autorregulación del conjunto y de
cada parte. Las facultades humanas no han sido diseñadas
filogenéticamente para desarrollarse por separado de manera
artificial.
Por otra parte, con la enseñanza programada la capacidad
inventiva y la capacidad de tomar iniciativas poco a poco
se van apagando a fuerza de no tener espacio ni tiempo ni
motivo para ejercitarlas. Antiguamente en los pueblos los
niños y niñas estaban todo el día inventando juegos y
actividades; hoy nuestros niños y niñas, en cuanto tienen
18
un rato sin programación, enseguida se les oye decir ‘me
aburro’ y acto seguido se les engancha a la tele o a la
video-consola. El aburrimiento en la infancia es un
fenómeno moderno, que antiguamente solo se daba en algunos
casos en las clases altas, en las familias de hijos únicos,
que crecían aislados. Y aún así tenían sus horas y sus
días menos acotadas que ahora y por lo tanto más campo de
actividad espontánea que las criaturas de nuestra sociedad
actual.
La disciplina, las obligaciones, las tareas, los límites de
la infancia son hoy mayores que nunca; más sistemáticos y
absolutos. Ser ‘una buena madre’ según lo establecido,
implica literalmente ir apagando y aplastando la vitalidad
de nuestras criaturas, día a día, año tras año.
Otra consecuencia muy importante de la represión de los
deseos en la infancia es el desarrollo de la violencia. El
malestar en la infancia no es gratuito; pasa factura a la
sociedad. La represión por muy sutil que sea, tiene sus
consecuencias. Lo reprimido no se evapora. Como dice
Alice Miller la represión en la infancia es como fabricar
bombas de relojería de efectos retardados. Lo reprimido
saldrá de un modo u otro, y la creciente violencia en el
mundo tanto en los ámbitos públicos como privados no cesará
mientras que no cambie la actitud de la sociedad con la
infancia, como explica esta autora en algunos de sus
libros. (15)
Por otra parte, el respeto a las criaturas y la actitud de
informar y compartir las dificultades y los límites, y de
establecer las prioridades conjuntamente, sirve para no
hacer trampas. Porque entonces te das cuenta de que
efectivamente muchos de los límites que habitualmente se
ponen a las criaturas no están determinados por el mundo y
las relaciones exteriores existentes, sino por la dinámica
adulta; porque el ejercicio del mando sobre l@s hij@s, es
una de las vías más importantes de autoafirmación de
nuestros egos. Toda la vida obedeciendo, ahora aquí soy yo
la que mando. ‘Las cosas se hacen porque sí y porque lo
digo yo’.
Entonces te das cuenta de que hay un determinado margen de
maniobra para complacerles los deseos que normalmente no se
aprovecha. Y que se pueden tomar medidas concretas para
aprovechar dicho margen; porque nadie nos obliga a tener
ceniceros de porcelana, ni mesas puntiagudas, ni aparatos
eléctricos a su alcance, ni sofás de terciopelo, ni paredes
de gotele, etc.etc. sino que tendremos la casa amueblada y
organizada, teniendo en cuenta la existencia de una
criatura que tiene tanto derecho como nosotras a deambular
19
y utilizar la casa, según sus deseos; a utilizar el sofá
como cama elástica, las paredes para pintar, etc.etc.
La experiencia además indica, que cuando se deja el
principio de autoridad y se cambian las órdenes por la
información y la complacencia, los niños y las niñas no
sólo muestran una gran comprensión, complicidad y
generosidad hacia los adultos y adultas que les tratan de
ese modo, sino también una increíble capacidad inventiva
para encontrar las formas de hacer lo que desean.
Generosidad, comprensión, habilidad y complicidad para
aceptar todos los ‘noes’ que les esperan a lo largo de su
socialización en este mundo. Al final, como todas y todos,
se habrán tenido que adaptar a este mundo, porque no hay
otro; pero se habrá salvado algo básico de su integridad:
la producción y el reconocimiento de sus propios deseos, de
su capacidad de amar.
Incluso desde el punto de vista de la economía capitalista,
en el ámbito de lo privado, es más rentable la relación de
tú a tú con l@s hij@s que la autoritaria, porque van a dar
mucho menos ‘trabajo’ y van a contribuir mejor y más a la
economía doméstica.
En esta cuestión de no tener en cuenta los deseos de las
criaturas también influye el que sean improductivos desde
el punto de vista de las leyes del mercado y del trabajo
doméstico. Como no vivimos en un mundo donde los deseos se
sacian, la dinámica de saciar los deseos de los niños y
niñas va contracorriente de todo. Pero aquí también, el
aprovechar los márgenes de maniobra posibles redundará en
nuestro beneficio porque nosotras también dedicaremos más
tiempo a la diversión y a actividades lúdicas. De hecho
hablando de este tema con otras madres, hemos reconocido
cómo la maternidad nos ha traído la recuperación de una
capacidad lúdica y creativa perdida tras unos cuantos años
de vida adulta.
La cuestión estriba, como decíamos, en que no tenemos
ningún otro modelo de relación con las criaturas excepto el
autoritario. No tenemos ni cultura ni hábitos ni modelos ni
imaginación para representar otra forma de relacionarnos
con la infancia. Las experiencias que se conocen
(Summerhill, movimiento de Hamburgo de los años 30 del
siglo pasado (16), Sudbury Valley School(17) ...) son
puntuales y permanecen fuera de los circuitos de
transmisión de la información. En cambio, tenemos hasta la
médula asumida la superioridad adulta con respecto a la
infancia, la noción de que a las criaturas hay que
manejarlas, porque ellas ni saben ni entienden, y la
prepotencia nos sale inconscientemente. Así creemos
20
sinceramente que ser una buena madre, es saber decir ‘no’,
es saber poner límites, enseñarles el camino, etc. etc;
incluso nos dicen que es importante mostrar firmeza y
seguridad en nuestras órdenes, porque así les damos
seguridad a ellos y a ellas... Seguridad en las cotas de
sumisión que van alcanzando y en la reducción de su
vitalidad, pero no en su capacidad de pensar, de decidir y
de hacer. Recuerdo una vez que fui criticada con acervo
por preguntar a unas niñas si querían comer dentro de casa
o fuera en el porche; se consideraba que eso era dar
demasiada libertad y ¡¡¡que creaba inseguridad!!! ¡por
darles la opción de comer fuera o dentro de la casa!!!
Lo peor es que encima se argumentaba con razonamientos
psicológicos.
La sumisión es lo contrario del desarrollo de la propia
vitalidad. Las criaturas no son tontas, ni son una carga
ni dan trabajo; nosotras las hacemos tontas e inútiles, a
fuerza de contener su desarrollo, de negar su impulso
vital.
Yo como madre no puedo hacer míos los límites que esta
sociedad tiene adjudicados a las pequeñas criaturas
humanas, y que son producto de un modelo de sociedad cuyo
objetivo no es el bienestar de sus miembros, sino la
realización de las plusvalías y de los patrimonios. Mi amor
de madre por su naturaleza es incompatible con ninguna
cuota de sufrimiento y de infelicidad de mis hij@s; otra
cosa es que tengan que coexistir (su infelicidad y mi
amor), pero entonces su infelicidad será también mía: Y si
bajo la guardia y dejo de luchar por sus deseos, y hago que
mi ‘amor’ sea compatible con su infelicidad (si yo dejo de
pasarlo mal con la represión de sus deseos), es porque
estoy desnaturalizando mi amor de madre y les estoy
traicionando. En este asunto de los límites, hay una
implicación emocional de primer orden, como he tratado de
explicar, pues si hago míos los límites, si presento a mis
hijos y a mis hijas los límites asumidos por mí, como si
fueran cosa mía, les estoy diciendo, aunque yo no me de
cuenta, que no quiero su felicidad y en definitiva que no
les quiero a ell@s. Y es posible que yo no me de cuenta,
pero seguro que ellos y ellas sí lo van a sentir como una
desafección.
Así pues, llegamos a lo de siempre: la maternidad
consecuente es un permanente cuestionamiento del orden
social existente. La maternidad consecuente sería crear el
Paraíso para l@s hij@s, y si no podemos ofrecérselo,
entonces tenemos que hacérselo saber, que nuestro deseo y
nuestro amor de madre es ese; que esa es exactamente la
cualidad del amor de madre; pero que como no hay Paraíso,
21
pues vamos a ver lo que podemos hacer para pasarlo lo mejor
posible.
Sólo lo que representa sacar de la cama a las 7 ó a las 8
de la mañana a pequeñas criaturas de dos o tres años,
incluso a veces de menor edad, interrumpiéndoles el sueño
para que vayan a las guarderías o a los jardines de
preescolar, es un quebrantamiento de su salud y de su
bienestar que una madre no podría considerar nunca que es
un bien para su criatura; en todo caso, una madre que tenga
que ir a trabajar para dar de comer a sus hij@s, puede
justificarlo como un mal menor; y sentir ese mal en ella
misma, en sus entrañas; y esto se notará en la actitud, en
la empatía, en la explicación, en el consuelo, en la
comprensión de la distorsión que eso representa para su
criatura, y el fluído emocional de la madre le llegará a
ésta, y le llegará incluso aunque no tenga todavía el
lenguaje verbal adquirido. En cambio, si la madre
considera que es ‘normal’, que la criatura tiene que tragar
(porque todas hemos tragado, porque las cosas son así y
tiene que adaptarse como sea, etc.) entonces es cuando
estamos haciendo de cancerberas de un orden social
patológico, estamos haciendo de madres patriarcales,
socializando a nuestras criaturas por la vía de la
represión y del sufrimiento.
Así pues, este es el abismo que hay entre ‘el informar de’
los límites y ‘el poner’ los límites; el abismo entre la
madre amante verdadera, y la madre patriarcal que
representa el orden y el Poder.
Nada es blanco o negro. A veces nos reconoceremos de un
lado, y a veces del otro. Pero creo que con un poco de
reflexión sobre lo que nos jugamos, haremos esfuerzos para
estar más de un lado que del otro.
LO QUE LA ACTITUD AUTORITARIA
PRODUCE
* Bloqueos en la relación
sentimental @adres-hij@s.
* Freno al desarrollo de la
capacidad de amar y
de la sexualidad.
* Vampirización de la energía
vital del niño y creación de
una psique sumisa.
* Obstaculización del proceso
natural de aprendizaje y
retraso del desarrollo de
habilidades cognitivas y
motrices.
* Stress y relaciones
patológicas; violencia.
* Adaptación a las relaciones
competitivas y fratricidas
22
LO QUE LA COMPLACENCIA
PRODUCE
* Relaciones sanas y fluídas
entre @adres e hij@s.
* Entorno adecuado para la
expansión de la capacidad de
amar y de la sexualidad.
* Potenciación de la vitalidad,
creatividad, responsabilidad,
y capacidad de iniciativa de
los niños.
* Activación natural de los
mecanismos genéticos de
aprendizaje.
* Autorregulación y salud; carácter
apacible.
* Adaptación a las relaciones
fraternales y de apoyo mutuo
NOTAS
(1) Dolto, Françoise, La cause des enfants, Ed. Robert
Laffont, Col. Le Livre de Poche, Paris 1985
(2) Liedloff, Jean, En busca del bienestar perdido. Ed
Obstare 2003
(3) Aristóteles, Política, citando por Amparo Moreno
Sarda en La otra política de Aristóteles, Icaria
1988
(4) ALER, Isabel Una visión sociológica de la
transformación de la maternidad en España 1975-2005
Universidad de Sevilla
(5) Chamberlain, D. La mente del bebé recién nacido
Ed. Obstare
(6) ‘Amaryi’, en sumerio literalmente ‘retorno a la
madre’; señala Murray Bookchin que curiosamente
‘amaryi’ es la primera palabra en la historia, que
designa la ‘libertad’, concepto inexistente en un
mundo donde no había represión y que –lógicamentesurge
cuando la libertad desaparece, con el
advenimiento del patriarcado; por eso la
identificación de ‘libertad’ con ‘retorno a la
madre’.
(7) Olza, Ibone Revista Mujer y Salud, De la
controversia sobre los antidepresivos en niños y
adolescentes al debate sobre la infelicidad
infantil.
(8) La obra de Alice Miller traducida al castellano, que
yo sepa es: cuatro libros editados por Tusquets: El
drama del niño dotado, Por tu propio bien, El saber
proscrito, y La llave perdida. Y Ediciones B
(Barcelona 2000) ha publicado Las raíces del
odio.Entre la obra sin traducción al castellano, son
importantes L’enfant sous terreur (Aubier 1986 y
Abattre le mur du silence (Aubier, 1991).
(9) Odent, Michel El bebé es un mamífero Ed.Mandala
(10)Prescott, J.W. Body pleasure and the origins of
violence, ‘Bulletin of the Atomic Scientist’, 1975
(11)Bachofen, J.J. El derecho materno, Anthropos.
Marija Gimbutas, Dioses y diosas en la antigua
Europa Editorial Istmo, etc.
PONER LIMITES O INFORMAR DE LOS LIMITES
El amor después de la etapa primal.
Cuando se cambian las órdenes
por la información y la complacencia
Casilda Rodrigáñez Bustos
La Mimosa, noviembre 2005
(Texto inédito)
Hace poco me llamó la atención el título de una charla; era
algo así como: “Poner límites, cuándo, cómo y por qué”;
estaba referido claro está a los límites que se supone que
las madres y los padres debemos poner a las criaturas.
Este sin duda es uno de los dilemas más peliagudos con el
que nos encontramos todas y todos los que queremos criar y
socializar a las criaturas que hemos parido para que sean
felices, y no para que le rindan servidumbre a nadie; y con
el deseo y la firme voluntad de ser amantes complacientes y
no dictadores o dictadoras autoritarias
PONER LIMITES O INFORMAR DE LOS LIMITES
El amor después de la etapa primal.
Cuando se cambian las órdenes
por la información y la complacencia
1- Poner límites o informar de los límites
Hace poco me llamó la atención el título de una charla; era
algo así como: “Poner límites, cuándo, cómo y por qué”;
estaba referido claro está a los límites que se supone que
las madres y los padres debemos poner a las criaturas.
Este sin duda es uno de los dilemas más peliagudos con el
que nos encontramos todas y todos los que queremos criar y
socializar a las criaturas que hemos parido para que sean
felices, y no para que le rindan servidumbre a nadie; y con
el deseo y la firme voluntad de ser amantes complacientes y
no dictadores o dictadoras autoritaria
En mi caso, la respuesta la encontré en el libro de
Françoise Dolto, La cause des enfants (1). En este libro
Françoise Dolto analiza el trato habitual que las madres y
padres dan a sus criaturas cuando empiezan a ser autónomas,
y que, salvo excepciones, consiste en darles órdenes sobre
todos los aspectos de su vida cotidiana
En esta actitud adulta hay dos aspectos importantes:
Uno es la subestimación de las capacidades (intelectuales,
motrices, etc.) de las criaturas.
Según Dolto, las madres y los padres subestiman las
capacidades y cualidades (inteligencia, sensibilidad,
capacidad de discernimiento, sentido común,
responsabilidad, instinto de supervivencia y sentido del
cuidado de sí mismas, capacidad de iniciativa, etc.) de las
criaturas en general, y las tratan como si fueran
incapaces por sí mismas de sentir, de pensar, de evaluar
las circunstancias de una situación dada, o de tomar la más
mínima decisión.
Por lo general, en sociedades menos patriarcalizadas o por
lo menos, menos occidentalizadas, podemos observar que la
infancia es más libre, y goza de un mayor reconocimiento y
confianza en cuanto a su inteligencia y capacidades. Sin ir
más lejos recordemos lo que decía Liedloff (2) sobre los
Yequona.
Por su parte Dolto dice que el reconocimiento de las
capacidades efectivas de las criaturas nos llevaría a
darles una información respetuosa, confiando en su
capacidad de discernimiento, por lo menos en una gran
medida, en lugar de darles sistemáticamente órdenes.
La diferencia entre dar INFORMACIÓN y dar ORDENES es
crucial; Dolto pone un ejemplo que me parece muy
ilustrativo: a un japonés que aterrizara en nuestra ciudad
no le daríamos órdenes de lo que debe hacer, visitar, etc.
sino que le daríamos la información necesaria para que se
pudiera desenvolver por la ciudad (cómo funcionan los
transportes públicos, los sitios donde dan de comer mejor y
más barato, etc.), o sobre las cosas interesantes que
podría visitar, etc. ¿Por qué no tenemos la misma actitud
con las criaturas que con el visitante extranjero?
Para contestar a la pregunta, hay que tener en cuenta el
segundo aspecto al que me he referido antes: la prepotencia
adulta.
3
Porque en la actitud ante el visitante extranjero, además
de reconocimiento de su capacidad de discernimiento, de
movilidad, etc. hay también un reconocimiento de su
integridad como persona, con sus gustos, sus apetencias,
sus prioridades, incluso su escala de valores... en otras
palabras, no sólo hay reconocimiento de su inteligencia y
capacidades, sino también consideración y respeto hacia lo
que quiere; tal es la actitud que corresponde a una
relación respetuosa con nuestros semejantes, de igual a
igual.
La actitud con las criaturas es diferente no sólo porque
como hemos dicho antes, subestimamos sus capacidades, sino
también porque tenemos inconscientemente interiorizado que
estamos por encima de ellas, que somos sus superiores y
ellas son nuestras subordinadas.
Somos prepotentes con la infancia, en el sentido literal de
la palabra: pre-potentes, tenemos el Poder previo, un Poder
fáctico –el dinero, los medios- sobre todas sus actividades
cotidianas; y podemos obligarlas por las buenas o por la
malas, para que hagan cada día las cosas con las
prioridades y de la manera que unilateralmente decidimos.
Conviene recordar que nuestro modelo de hombre o mujer
adulta incluye la jerarquización social que caracteriza a
nuestra civilización, uno de cuyos pilares es la
superioridad adulta. Aristóteles, en el siglo V a.c. decía
ya:
Para hacer grandes cosas, es preciso ser tan superior a sus
semejantes como lo es el hombre a la mujer, el padre a los
hijos, el señor a los esclavos. (3)
La práctica adulta de mandar sobre las criaturas es tan
vieja como el Patriarcado mismo; no voy a detenerme aquí ni
a referir los múltiples párrafos que la Biblia dedica a
este aspecto, como cimiento que es de la civilización
judeo-cristiana; pero creo que es preciso señalarlo para
entender por qué lo tenemos tan sumamente interiorizado. Y
lo difícil que es sustraerse a él.
Debido a esta interiorización, todos los días sin darnos
cuenta, le damos cuerda a estas supuestas incapacidades de
l@s niñ@s que justifican nuestra superioridad, y no somos
capaces de romper el círculo vicioso y la dinámica social,
ni nos planteamos otra posible relación con ell@s; no se
nos ocurre tratarlas como al japonés del ejemplo: como
seres humanos a los que hay que ayudar a conocer el
funcionamiento del mundo en el que han aterrizado.
4
Por eso a l@s niñ@s, por lo general, no se les informa de
los pormenores de la economía familiar, de las obligaciones
y dificultades de las personas adultas –“no son cosas de
niños”, se dice-, y de las limitaciones de todo tipo a las
que estamos sujetas. Y por lo mismo, ni se nos ocurre
ponernos a analizar conjuntamente las posibilidades de
ampliar esos límites, movidas por el afán de complacerles
en sus deseos.
2
La implicación emocional que acompaña las dos actitudes
Porque no se trata de ignorar los limites, sino de la
forma de abordarlos; o mejor dicho, la relación desde la
que se abordan, y por lo tanto, si se abordan
unilateralmente, desde la distancia emocional, o si se
abordan conjuntamente, desde el deseo de complacencia y de
bienestar inmediato. Es decir, la implicación emocional
ante ellos.
Pues está tan arraigada la norma social autoritaria de
relación con la infancia, que incluso las madres que han
tratado de respetar la etapa primal de sus criaturas y las
han dado el pecho a demanda, complaciendo sus deseos, a
menudo cambian la actitud de complacencia cuando la
criatura empieza a andar y a ser autónoma.
Parece como si la complacencia ya no fuera posible; se
argumenta a menudo que la criatura al andar sola se puede
dar golpes, se puede caer, meter los dedos en los enchufes,
romper los ceniceros de porcelana, etc.etc. Luego crecen
más y quieren salir a la calle cuando toca comer, o comer
cuando toca salir a la calle, etc.
Así parece inevitable la autoridad. El decir ‘no’ a los
deseos de las criaturas.
Dice Dolto que los supuestos peligros que amenazan el
movimiento propio de las criaturas, forma parte de un
sistema que se retroalimenta. Porque desde el momento en
que en lugar de darles una explicación interponemos un
‘no’, estamos impidiendo el aprendizaje del entorno, y es
este desconocimiento del entorno, como dice Dolto, lo que
le vuelve peligroso.
L@s adult@s que han entrado sin darse cuenta en esta
dinámica, aunque a menudo se encuentren en medio de una
gran contradicción entre su deseo de complacencia y las
5
obligaciones de la vida cotidiana, no ven manera de
resolverla más que por la vía autoritaria. Ciertamente
resulta difícil desactivar el mecanismo de esta vía, puesto
que la propia dinámica autoritaria, al impedir el proceso
de autonomización y de aprendizaje, genera su propia
autojustificación.
Sin embargo, las criaturas están perfectamente capacitadas
para aprender a moverse en su entorno sin riesgo; y como es
la actitud autoritaria lo que bloquea el desenvolvimiento
natural de sus capacidades, cuanto antes se cambie de
actitud, antes y mejor aprenderá a moverse de forma
autónoma en su medio y a hacerse responsable de sus
circunstancias.
Más adelante nos detendremos en cómo la actitud autoritaria
afecta al aprendizaje; ahora sólo lo menciono para entender
la trampa del desamor en la que caemos las madres, que nos
incapacita para mantener el amor incondicional. Del mismo
modo que los riesgos del parto se han convertido en la
justificación de una innecesaria medicalización, ocultando
la usurpación de la función femenina que hay detrás de
dicha medicalización, del mismo modo digo, las supuestas
incapacidades y desconocimientos de las criaturas
justifican la inercia del comportamiento adulto autoritario
y la desaparición del amor complaciente, al tiempo que
ocultan las verdaderas cualidades de las criaturas.
Y al igual que la medicalización innecesaria del parto
produce la quiebra de su autorregulación fisiológica y
acarrea nuevos riesgos, la dinámica autoritaria también al
quebrar su desarrollo anímico (capacidad de amar,
sexualidad, proceso de autonomización y aprendizaje, etc),
acarrea más y más dificultades y, en definitiva, la
incapacidad de la criatura para desenvolverse en su medio.
En cualquier caso, en mi opinión, siempre es posible
mantener el amor complaciente después de la etapa primal.
Porque el amor complaciente es un hecho totalmente
independiente de los límites que haya, por muy desgraciados
que éstos sean. Son dos cuestiones de diferente condición.
Es algo muy simple; se trata de que, ante cualquier límite
que se oponga a los deseos de nuestra criatura, nos
situemos incondicionalmente del lado de sus deseos; y en
lugar de considerarlos meros caprichos improcedentes, los
analicemos honesta y sinceramente con ella, junto con todos
los factores que intervienen en la situación, para después
tomar una decisión conjuntamente.
6
Se trata desde luego de hacer una valoración de la
viabilidad técnica de los deseos de las criaturas, pero
también de hacerla desde el punto de vista de su proceso
anímico, valorando sus deseos, no como caprichos
arbitrarios, sino como producto de su vitalidad y en tanto
que pulsiones vitales que animan su desarrollo
psicosomático, emocional y de aprendizaje; y además de
hacerlo con el respeto y la responsabilidad de la
protección que le debemos a ese desarrollo, a esa criatura
humana que no es mi inferior ni mi subordinada, sino que es
mi semejante y socialmente mi igual. Porque el que yo
pueda decidir, el que yo pueda obligarla, es una realidad
de orden secundario, es un asunto del Código Civil, del
Contrato Social, de una Ley que me otorga una posición de
superioridad; pero no es la verdad primaria y fundamental;
en realidad, no es más que una mascarada para organizar la
función de este Gran Teatro del Mundo. Para nada somos
superiores a ellas, y quien lo crea, quien crea que es
verdad, sufre una tremenda equivocación. Nuestra función de
madres es propiciar y proteger su desarrollo, puesto que
las hemos parido, no manejarlas como una propiedad.
Aunque no nos demos cuenta, esta relación con nuestras
criaturas también nos desquicia tanto a los hombres como a
las mujeres. Como dice Isabel ALER (4), la reproducción de
relaciones filiales patológicas nos parte el corazón, es
una, quizá la más grave, de nuestras co-razones rotas.
Si analizamos con un poco detenimiento lo que significa
situarnos sin más del lado de los límites, ordenándolas
directamente lo que tienen que hacer, como normalmente
suele hacerse, nos daremos cuenta que ahí hay encubierta
una gran falta de empatía amorosa, una gran falta de amor
verdadero
Habrá quien diga que a una criatura de dos o tres años no
se le puede explicar nada, que no entiende nada. Esto no
es cierto. La psicología neonatal ha probado ya que
incluso los fetos antes de nacer tienen conciencia, memoria
y recuerdos (5). Esto viene a romper muchas creencias según
las cuales las criaturas humanas antes de nacer y recién
nacidas, ni sienten ni padecen; creencia que permite, por
ejemplo, pinchar el cráneo con una aguja para monitorizar
el feto ante de nacer, sin afectación emocional.
Por otra parte, si la relación con la criatura desde que
empezó a andar, ha consistido en darle órdenes en lugar de
explicaciones, ésta arrastrará un handicap de
desinformación, de dinámica de sumisión y de retraso en el
hábito de asumir iniciativas responsables; porque una
criatura que ha sido tratada respetuosamente y con
7
sinceridad, que se le ha ido informando en cada
circunstancia, desarrolla una gran capacidad de
entendimiento y de iniciativa responsable. Las criaturas
humanas tienen de hecho esa gran capacidad de entendimiento
y de acción, esté más o menos atrofiada o desarrollada,
pero siempre está ahí, y siempre es buen momento para
iniciar un trato diferente con ella basado en el
reconocimiento de esa capacidad y en el respeto a sus
deseos.
Aunque nos parezca que una criatura no entiende, siempre
entiende; por lo menos mucho más de lo que nos creemos; y
lo cierto es que casi siempre subestimamos su capacidad de
comprensión. Creo que casi todas podemos recordar alguna
anécdota en la que alguna criatura nos ha sorprendido ‘por
la cuenta que se daba de tal o cual cosa’, ‘a pesar de lo
pequeña que era’ etc. etc. Yo recuerdo de pequeña que
siempre fingía que no me enteraba ni entendía aquello que
los mayores daban por hecho que era así, para tenerles
complacidos. Lo que nos hace infravalorar la capacidad de
entendimiento de nuestros hijos e hijas es la prepotencia
en la relación con ell@s, prepotencia que llevamos adscrita
a nuestra estructura psíquica.
Así pues, aunque nos parezca que no nos pueden entender,
debemos probar a explicarles la situación conflictiva entre
los deseos y los límites; contémosles lo que hay,
poniéndonos en su lugar y comprendiendo sus deseos,
sintiendo con ellas la frustración, deseando con ellas que
los márgenes para la expansión de los deseos fueran
mayores, haciéndonos cómplices y estudiando las
posibilidades de eludir lo que no se quiere hacer y de
hacer lo que sí se quiere hacer, y poniendo los medios y el
poder que socialmente ostentamos al servicio de sus deseos.
Creo que mucha gente se sorprendería de los resultados.
Y si a pesar de todo tenemos que doblegarnos ante los
límites, sufriremos juntas la represión de nuestros deseos:
porque mi deseo ha seguido, sigue y seguirá siendo la
complacencia del suyo.
Porque de esto es de lo que se trata. De mantener la
producción de la líbido amorosa del proceso de la
maternidad; la sustancia que si no se bloquease trabaría la
fraternidad, el bienestar y el apoyo mutuo. Por eso es tan
importante mantener la complacencia y reflexionar sobre los
deseos de las criaturas.
Tenemos que tener en cuenta que, cuando adoptamos la
actitud de ponernos sin más del lado de los límites, sin
considerar tan siquiera lo que la criatura quiere, porque
8
tenemos las decisiones ya tomadas, sin dar ocasión para
estudiar los márgenes posibles de maniobra, y le vamos
soltando a la criatura un ‘no’ tras otro, la criatura lo
que percibe es que sus deseos no nos importan; se da
cuenta de que ni siquiera han sido contemplados como una
posibilidad real; y de algún modo siente que se está yendo
sistemáticamente en contra de ella, contra sus deseos;
porque a diferencia nuestra, ella todavía sí se identifica
con los deseos que le brotan del cuerpo. Ella todavía no
está socializada del todo, y todavía es capaz de producir,
de reconocer y de identificarse con sus deseos.
Y nosotras, ya desde este mundo, de un plumazo resolvemos
la cuestión, impasiblemente, poniéndoles un ‘no’ tras otro,
como si estuviéramos poniendo una lavadora tras otra.
Porque es lo que nos toca, supuestamente, como madres,
hacer.
¡Qué diferente la perspectiva, si contemplamos sus deseos
como la maravillosa vitalidad de sus maravillosos cuerpos!
Entonces lo que nos costaría es decirles ‘no’, y en cambio
no nos costaría nada ponernos a desbrozar el terreno para
que sus vidas tuvieran la máxima expansión posible.
Sus deseos todavía son el pulso de su vida, lo que alienta
su existencia.
Por eso la negación de los mismos, aunque no nos demos
cuenta, supone una negación de su vida, un cuestionamiento
de su existencia; una existencia y unos deseos que debían
ser incondicionalmente defendidos y protegidos por la madre
y el grupo familiar de la madre.
Aunque no podamos ofrecerles la vuelta al Paraíso, el
‘amaryi’ (6), con la actitud de la información y de la
búsqueda de la complacencia, estaremos demostrando que no
querríamos que estos límites existieran, y la criatura
percibirá el deseo de su madre de cambiar las
circunstancias que se oponen a sus deseos para poder
complacerla.
Ante la evidencia del deseo de complacencia, la criatura no
identificará límites y falta de amor, como en cambio
sucedería si directamente le damos órdenes como si fuéramos
las promotoras de los límites.
Y así la criatura podrá seguir creciendo en el entorno de
empatía y amor incondicional que necesita para el
desarrollo de su propia capacidad de amar.
9
Porque aunque tenga que someterse a los límites y a la
ordenación social, la criatura se sentirá amada
incondicionalmente
Si lo pensamos un poco, la actitud de los amantes en
general es tratar de buscar la mejor manera para vivir en
este mundo, manteniéndose cómplices ante los impedimentos y
los límites, y buscando conjuntamente las mejores opciones
que tienen.
Si hubiera que resumir esta actitud en una palabra, ésta
sería COMPLICIDAD.
Y que no nos quepa la menor duda de que las criaturas se
dan cuenta y sienten que sus deseos no nos importan. Cada
vez que las madres nos ponemos del lado de los límites sin
tener en cuenta sus deseos, les estamos dejando de amar
incondicionalmente, y la criatura lo percibe. Y por eso
reacciona con rabietas, exigiendo las cosas de manera
testaruda, pataleando y armando zapatiestas por cosas
aparentemente insignificantes...
Pero no cogen pataletas por lo que se les ha negado (un
caramelo, el acceso a un objeto...) sino precisamente por
el significado afectivo de la negación rutinaria, que para
ellas no es otro que un menosprecio hacia sus vidas.
Con las pataletas no reclaman el objeto que se les ha
negado; están desesperadas porque no tenemos sus deseos -
sus vidas- en la consideración que se merecen, y en
realidad están reclamando ese amor incondicional que
aprecia y que sí le importa lo que ellas desean.
Y como la socialización de las criaturas es una negación
tras otra de sus deseos, la espiral de la guerra (‘la
guerra que dan l@s niñ@s’) y de las zapatiestas no cesa.
Fijáos que a veces hacemos concesiones, no por respeto,
reconocimiento y empatía con sus deseos, sino para parar la
rabieta. Esto, cuando menos, nos tendría que hacer
reflexionar.
La prueba de que las rabietas no se producen por un
empecinamiento especial por un objeto (empecinamiento que a
menudo se contempla como una característica de la
infancia), la podemos encontrar observando la situación
inversa. Cuando una criatura crece en una relación de tú a
tú con l@s adult@s, está informada de las dificultades de
este mundo, las grandes y las pequeñas y más cotidianas
dificultades de este mundo, que está todos los días
lidiando con ellas para sacar el mejor partido de cada
10
situación; cuando a esa criatura le dices ‘no puedo porque
estoy cansada’, o ‘no lo cojas porque hace falta para otra
cosa’, no organiza ninguna pataleta, ni se pone exigente ni
testaruda. Bien al contrario, demostrará una generosidad,
una comprensión y una complicidad que ya la quisieran
muchos adultos y adultas en sus relaciones. En primer
lugar porque sabe que le estás diciendo la verdad; porque
habitualmente no falseas la realidad ni te inventas
cualquier excusa para cerrarle la boca. En segundo lugar
porque sabe a ciencia cierta que siempre tienes en cuenta
sus deseos, y por lo tanto, cuando hay un ‘no’ no se pone
testaruda y exigente, sino que se muestra abierta a
entender y a aceptar las explicaciones.
El empecinamiento de las criaturas es por el amor
incondicional y complaciente perdido, y por la falta de
respeto que les profesamos; no por los límites a sus
deseos.
Los niños y niñas que crecen sin consideración a sus
deseos, a su impulso vital, sienten una gran soledad; una
soledad que ha sido detectada con mucha frecuencia por
psicólogos y psicólogas. Las cualidades tales como la
confianza y la reciprocidad propias de la capacidad humana
de amar, se lesionan. Porque lo propio del ser humano es
amar y ser amado incondicionalmente. Si esto nos falla, la
supervivencia entonces desarrollará toda la lista de
patologías que conocemos tan bien: celos, afán de
posesión, agresividad, violencia, sadomasoquismo,
depresión, autodestrucción, drogadicción... (aunque sólo
se consideren patológicos los casos graves más, pues
estando este tipo de relación con la infancia normalizada,
también lo están sus consecuencias más inmediatas).
En un reciente artículo (7), una psiquiatra pedía una
investigación y un debate sobre las causas de la
infelicidad infantil. Yo creo que la obra de Alice Miller
(8) sería el mejor punto de partida para este debate. Creo
sinceramente que la soledad y la infelicidad en la infancia
se deben a esta falta de reconocimiento y de empatía con
sus deseos, que en definitiva, es una falta del amor
incondicional que es propio del género humano; con esto
quiero decir que el desarrollo de las criaturas humanas
requeriría de un entorno medioambiental humano de
solidaridad y de empatía incondicionales, medio que hoy
está envenenado por un agente patógeno: las relaciones de
Autoridad y sumisión.
Las y los psicólogos insisten en la falta de comunicación o
diálogo entre padres-madres e hij@s. Y los padres-madres a
menudo se quedan perplej@s porque no entienden por qué
11
falla la comunicación, ya que se ven a sí mism@s plenamente
dedicad@s a sus hij@s. Yo creo efectivamente que es una
falta de comunicación, pero que no es cuantitativa sino
cualitativa; es la manera que tienen de ‘amar’ a sus hij@s:
Por un lado, ‘desean’ racionalmente ‘lo mejor’ para ell@s,
con la mente confundida por los valores competitivos de
nuestra sociedad de consumo, que subordina el bienestar
presente a unos supuestos logros en una futura integración
social. Y por otro, ese ‘amor’ racional está desconectado
de las pulsiones corporales de empatía amorosa y del deseo
de complacencia. Esta corrupción del amor hacia los hij@s
produce la falta de empatía con sus deseos, y permite el
posicionamiento unilateral del lado de los límites y en
contra de la vitalidad de sus hij@s. Esto crea el abismo,
la distancia emocional entre padres-madres e hij@s.
Habría que investigar también en qué medida la familia
nuclear y las familias con pocos hij@s ha propiciado en
buena medida un incremento de la infelicidad infantil,
debido a que ahora l@s niñ@s se pasan muchas horas solos o
en compañía exclusivamente de adult@s. Antes la falta de
complicidad de los adult@s se compensaba con la del grupo
amplio de niñ@s que había en el ámbito familiar. Por eso
ahora hay quizá más soledad en la infancia y más depresión
infantil.
Hay que tratar de entender que los deseos no son caprichos
improcedentes. Los deseos son el principio inmanente de sus
vidas.
Y si los deseos de las criaturas se vuelven caprichos
improcedentes, es porque sus vidas van rebotando contra los
muros y vagando desinformadas por un mundo que desconocen y
del que no saben nada. Cuanto más autoritaria es la vía de
la socialización, más ‘caprichosos’ y ‘egoístas’ se vuelven
los niños y niñas. Como siempre, el sistema que se retroalimenta,
y los expertos (psicología, sociología,
pedagogía) dándole cuerda, tomando las consecuencias del
sistema como lo originario de la vida humana.
El mercado lleno de terapias para subir la autoestima de la
gente, es una punta del iceberg del daño en la capacidad de
amar que nuestro modelo de socialización inflige a las
criaturas.
Es cierto que lo más importante es la etapa primal; la
etapa primal es básica, pero eso no quiere decir que no
cuenta lo que pasa después, a lo largo de toda la infancia,
tanto a favor –para compensar las heridas y las faltas de
la etapa primal- como en contra –para agravarlas.
12
La depresión infantil frecuente en los países occidentales
no pueden explicarse sólo por el daño de la etapa primal,
aunque éste sea el origen del desastre. Sino también por
la distancia y el abismo que la vía autoritaria crea entre
padres-madres e hij@s, y que impide que reciba un apoyo
afectivo de fondo y verdadero, que a su vez podría
compensar y superar el daño de la etapa primal. Con la
corrupción del amor se envenena el medio emocional, la
sustancia necesaria para la vida, y el resultado es como si
se envenenara el aire que respiramos o el agua que bebemos.
Luego nos rasgamos las vestiduras con la creciente
violencia, cada vez a edades más tempranas, de l@s niñ@s (y
también de l@s adult@s), cuando se sabe a ciencia cierta,
es decir, porque se ha probado científicamente (eso que
tanto nos reclaman los medios oficiales) cual es la raíz y
el origen de la violencia.
Dice Michel Odent (9) que la estrategia más certera para
hacer personas agresivas es separarla de su madre de
pequeña, es decir, provocarle la carencia de empatía
amorosa. Otros muchos autores (entre otros, la misma Alice
Miller y el neuropsicólogo J.W Prescott) han explicado y
han hecho estudios para probar esta relación entre la falta
de empatía amorosa y de placer en la infancia y la
violencia adulta (10). Recordemos también que,
históricamente, la aparición de sociedades violentas y
guerreras coincide con la desaparición de las sociedades
maternales y pacíficas del neolítico (11).
La vida tiene una enorme capacidad de recuperación. Pero
el sistema de crianza-educación, tras la devastación
primal, es una sucesión de mecanismos en cadena para
impedir dicha recuperación.
La gravedad de la falta de amor verdadero se entiende
cuando nos damos cuenta de la necesidad absoluta que tiene
la criatura de él. Esta necesidad, que puede compararse
como decía, con la del aire para respirar, o el agua para
beber, es lo que hace que la criatura acabe rechazando sus
propios deseos, porque se lo dicen los que supuestamente le
quieren. Y si la negación de los deseos es la negación de
la propia vida, se entiende la frecuencia de la depresión
infantil en nuestra sociedad.
La actitud autoritaria es una actitud de desamor. El amor y
el ejercicio del Poder sólo se compatibilizan cuando se
sublima el amor, cuando se le arranca de nuestras entrañas
y se le corrompe.
Lo importante es convencerse de que la existencia de los
límites no tiene que hacer cambiar la cualidad de mi amor
13
por la criatura, y que no estamos obligadas a ser
autoritari@s. No tenemos que caer en la trampa de ir por
el camino trazado, de la manera ‘normal’ de criar y educar
a l@s hij@s manteniendo con ell@s una relación de
prepotencia.
La quiebra del amor incondicional (en el caso de que halla
llegado a existir y si es que no se ha quebrado antes)
como decía Amparo Moreno es la transmutación de la relación
de tú a tú entre los amantes, en una relación de autoridad
y sumisión.(12)
Rendir el Poder –que tenemos de facto los padres y las
madres con respecto a las criaturas- para mantener el amor
incondicional y complaciente no es ninguna excentricidad;
es sólo un intento de vivir conforme a la verdad de las
cosas. Pero además, si no fuera por lo tremendamente
trágico que es, diría que lo más gracioso del asunto es que
resulta mucho más ventajoso, en todos los aspectos, también
para nosotr@s. Entre otras cosas, porque las criaturas
vuelven también a ser complacientes contigo; en cuanto
notan la actitud de complacencia, enseguida les brota la
reciprocidad. Como todavía la apisonadora del sistema no ha
terminado de aplastar sus cualidades humanas, mamíferas y
gaiáticas tales como la reciprocidad, la confianza, el
respeto a la propia dignidad y el deseo de mutua
complacencia, éstas se ponen en juego en cuanto encuentran
la cancha libre de Poder. Entonces, l@s niñ@s, en vez de
‘dar guerra’ dan mucha paz y mucha alegría. En vez de ‘dar
trabajo’, te alivian el stress del trabajo alienante de
nuestro mundo. Esto está comprobado. Te dan un amor
impetuoso, fresco, limpio, sincero. Te dan vida, te
revitalizan.
Being happy is what matters most’ (ser feliz es lo que más
importa) decía A.S. Neil (13) fundador de la escuela de
Summerhill, que lleva funcionando más de ochenta años en
Inglaterra. Es un eslogan sencillo y fácil de seguir. Y en
el fondo todas las madres y padres estaríamos de acuerdo
con él. No hemos parido hijos o hijas para que sean
presidentes de multinacionales o generales del Ejército. No
es el éxito social lo que más nos importa, sino que sean lo
más felices posible, siempre, aquí y ahora.
El amor complaciente maternal no tiene por qué desaparecer
con los límites. El amor complaciente es muy paciente para
explicar e informar a sus criaturas de los peligros y de
los límites de este mundo, y se aprestará a mostrarles
trucos para conseguir la máxima satisfacción de los deseos;
y no los borrará nunca de un plumazo, calumniándolos y
14
degradándolos a la categoría de ‘caprichos’, como suele
hacerse.
......
Las madres que se ponen del lado de los límites, también
dicen que quieren a sus hijos e hijas. Pero ese ‘amor’,
como decía, es un amor que, por adaptarse a la norma
social, se ha sublimado y corrompido. Es un ‘amor’ que ha
perdido su condición de ‘entrañable’ para hacerse
compatible con razonamientos que permiten la negación del
bienestar inmediato y los deseos de las criaturas, en aras
de algún supuesto bienestar futuro.
Pero como decía antes, esto es un engaño. Porque al amor
que nace en las entrañas le importa también el futuro
(¡cómo no le iba a importar a una madre entrañable la
felicidad futura de sus hij@s!); este amor sabe, con una
sabiduría intuitiva enseguida confirmada por la razón, que
el futuro, como ahora veremos, depende del desarrollo
presente de las cualidades y de la vitalidad de la
criatura. El futuro desde luego depende de muchas más
cosas, pero sobre todo y antes que nada, depende
precisamente de este desarrollo presente que se niega,
encima en aras del bienestar futuro.
El ‘futuro’ es como lo ‘sobrenatural’. Como no están ni se
ven, se recurre a ellos para justificar el cargarse el
presente y lo natural, porque, claro está, no hay nada ni
presente ni natural que justifiquen su propia devastación.
No es que al dejarnos llevar por el amor que nace de
nuestras entrañas vayamos a ignorar los límites. No es el
‘mimar’ lo que vuelve a las criaturas inadaptadas. El amor
complaciente lo que hace es encarar los límites desde el
respeto a la vida de las criaturas.
....
El cómo nos enfrentamos a la contradicción entre los deseos
y los límites (si nos ponemos del lado de los límites y
aplastamos sin más los deseos que se interpongan, o si nos
ponemos del lado de la criatura y de sus deseos para ver
conjuntamente con ella cómo conseguir el mejor margen de
felicidad y bienestar inmediatos), tiene una gran
importancia en la relación entre madre-padre y criatura, y
va a ser determinante en el desarrollo de la capacidad de
amar de la criatura...
Lo mismo que está normalizado que los bebés lloren, y eso
hace que a mucha gente ni se le ocurra pensar que a lo
mejor no tienen por qué llorar, también está normalizado –e
15
interiorizado en nosotras- que los niños y niñas tienen
que hacer las cosas porque se les manda, que eso es lo
mejor para ellas, y por eso tampoco se nos ocurre pensar
que se podrían hacer las cosas de otro modo. No tenemos
más modelo de relación con la infancia que el autoritario.
Tan normalizada está la obediencia de la criatura, la
subordinación de sus deseos a las órdenes, que muy rara vez
surge algún chispazo que la cuestiona.
Y sin embargo no deja de ser una incongruencia que mientras
que la felicidad y la satisfacción de los deseos de la
criatura durante la etapa primal nos complace, en cambio
cuando empiezan a ser autónomas, lo que nos complace es que
nos obedezcan sin rechistar.
¿Qué ha cambiado para que cambie la cualidad de mi amor?
Lo que hace que cambie la cualidad del amor maternal es la
convergencia de las normas establecidas imperantes, con la
dinámica de la personalidad adulta masculina o femenina, –
el ego- que se realiza, como decía Aristóteles, teniendo a
alguien por debajo de ti que te obedezca.
Para la criatura lo más importante, más importante que sus
deseos se satisfagan o no, es que el amor incondicional se
mantenga, que persista la sustancia emocional necesaria
para su desarrollo. Su felicidad, la expansión y desarrollo
armónico de sus cualidades psicosomáticas, incluida su
capacidad de amar, dependen de que la amemos
incondicionalmente, de que reconozcamos y respetemos sus
deseos, y que deseemos sinceramente complacerlos.
Otra idea sencilla para ayudar al mantenimiento del amor
incondicional y a no caer en la dinámica autoritaria, es
seguir a rajatabla el principio de no mentir; de no decir a
nuestr@s hij@s ni una sola mentira, ni piadosa ni no
piadosa. Practicar la absoluta transparencia y sinceridad.
El ejercicio del Poder siempre siempre requiere de la
mentira; por eso si nos proponemos firmemente no mentirlas
jamás, nos estaremos poniendo un serio obstáculo a nosotr@s
mism@s para la actitud autoritaria.
3
Algunas otras consecuencias
16
Decía Albert Camus: La vrai générosité vers l’avenir, c’est
de tout donner au present (14) –“la verdadera generosidad
hacia el porvenir, es darlo todo al presente”-, y esto es
más verdad en la infancia que en ningún otro momento de la
vida. Porque la criatura que ha tenido una etapa primal
complaciente y respetuosa y que también ha tenido una
infancia complaciente y respetuosa, habrá desarrollado
saludablemente tanto su capacidad de amar (del que depende
el grado de bienestar y de felicidad), como su capacidad de
adaptación (del que dependen las relaciones sociales
óptimas que puedan darse).
La relación autoritaria, como hemos dicho, no sólo afecta
al desarrollo de la capacidad de amar de las criaturas,
sino que también menoscaba las demás capacidades incluidas
las intelectuales; limita el desarrollo de todas las
aptitudes psíquicas y físicas, y frena el aprendizaje.
Porque el verdadero aprendizaje es el que se realiza movido
por la curiosidad y el deseo de aprender, que durante toda
la infancia EXISTE Y ESTA A FLOR DE PIEL.
Contrariamente a lo que popularmente se dice (que si mimas
a las criaturas, éstas se malcrían), es la actitud adulta
autoritaria y no complaciente la que impide el desarrollo
de su inteligencia –que la tienen-, de su capacidad de
cuidar de sí mism@s, -que también la tienen-, de su
capacidad de responsabilizarse de las cosas y de tomar
iniciativas –que la tienen también y no hay más que fijarse
en los niños y niñas del llamado Tercer Mundo. En nuestro
mundo las criaturas crecen sintiendo que no son
responsables de nada, que no tienen ni que pensar en las
circunstancias de su vida, puesto que se les inculca que
eso no es competencia de ellas sino que es competencia de
sus mayores, y que lo único que tienen que hacer es
obedecer. La actitud adulta autoritaria fomenta pues la
ignorancia, retrasa el aprendizaje, produce el
‘atontamiento’ y la irresponsabilidad, por mucho que les
demos a cambio un montón de libros y de clases de lectura y
de escritura, lo que en realidad cubre el objetivo de
tenerlas disciplinadas y entretenidas para que no piensen
por sí mismas, ni se les ocurra tener iniciativas propias.
Cuando la criatura crece sin tomar decisiones, ejecutando
las órdenes que recibe, y estudiando lo que se le manda que
tiene que estudiar, sin respeto al proceso de su propia
curiosidad, se destruyen aspectos muy importantes de su
vitalidad: su infinitas ganas de aprender, su capacidad
creadora e inventiva. La curiosidad que mana de las
criaturas como la leche de las madres, y que a nada que se
la deja es un caudal casi infinito, se detiene; la fuente
17
se estanca, se obstruye y aparece el rechazo al
aprendizaje. Porque una cosa es estudiar y otra aprender,
y con mucha frecuencia, lo que se estudia en los colegios
entra por un oído y sale por lo otro porque se ha
memorizado sin interés, sólo porque era lo que tocaba
hacer.
La enseñanza programada presupone que el estudiante tiene
que aprender lo que el programa indica, independientemente
de su curiosidad. Sin embargo el proceso de aprendizaje
natural tiene sus propias secuencias. La curiosidad incita
a la observación, promueve la retención, estimula la
capacidad de memorización, afina la motricidad fina,
desarrolla la gruesa, y unifica todo en un solo haz y en un
mismo afán de conocimiento. En cambio, la enseñanza
programada, ante la ausencia del estimulo de la curiosidad,
tiene que obligar a hacer ejercicios de repetición mecánica
que pongan en juego cada una de las distintas capacidades
por separado: así se hacen ejercicios de psicomotricidad
fina, poniendo a l@s pequeñ@s a pegar gomets o a hacer
palotes; ejercicios de psicomotricidad gruesa con las
distintas tipos de gimnasias; deberes de caligrafía, de
preguntas y respuestas, de memorización, etc., ejercicios
que se asumen por disciplina.
Pues bien, no es lo mismo ejercitar la psicomotricidad fina
haciendo palotes, que ejercitarla porque quiero coserme un
disfraz para una fiesta. No es la misma capacidad
intelectual la que se desarrolla aprendiendo una lección de
memoria que la que se desarrolla leyendo algo que me
interesa. Y además, cuando se realiza algo con el estímulo
del propio interés, por lo general requiere que se pongan
en juego diversos tipos de capacidades al mismo tiempo, y
esto es lo que también hace que cada una de estas
facultades, se templen cuantitativa y cualitativamente más
y mejor que si se ejercitan cada una por separado y por una
disciplina exterior. El deseo y la curiosidad, con el
impulso de la motivación, al unificar en un solo haz los
esfuerzos, produce una interrelación entre la motricidad,
el sistema nervioso y el cerebro que garantiza el
desarrollo armónico y la autorregulación del conjunto y de
cada parte. Las facultades humanas no han sido diseñadas
filogenéticamente para desarrollarse por separado de manera
artificial.
Por otra parte, con la enseñanza programada la capacidad
inventiva y la capacidad de tomar iniciativas poco a poco
se van apagando a fuerza de no tener espacio ni tiempo ni
motivo para ejercitarlas. Antiguamente en los pueblos los
niños y niñas estaban todo el día inventando juegos y
actividades; hoy nuestros niños y niñas, en cuanto tienen
18
un rato sin programación, enseguida se les oye decir ‘me
aburro’ y acto seguido se les engancha a la tele o a la
video-consola. El aburrimiento en la infancia es un
fenómeno moderno, que antiguamente solo se daba en algunos
casos en las clases altas, en las familias de hijos únicos,
que crecían aislados. Y aún así tenían sus horas y sus
días menos acotadas que ahora y por lo tanto más campo de
actividad espontánea que las criaturas de nuestra sociedad
actual.
La disciplina, las obligaciones, las tareas, los límites de
la infancia son hoy mayores que nunca; más sistemáticos y
absolutos. Ser ‘una buena madre’ según lo establecido,
implica literalmente ir apagando y aplastando la vitalidad
de nuestras criaturas, día a día, año tras año.
Otra consecuencia muy importante de la represión de los
deseos en la infancia es el desarrollo de la violencia. El
malestar en la infancia no es gratuito; pasa factura a la
sociedad. La represión por muy sutil que sea, tiene sus
consecuencias. Lo reprimido no se evapora. Como dice
Alice Miller la represión en la infancia es como fabricar
bombas de relojería de efectos retardados. Lo reprimido
saldrá de un modo u otro, y la creciente violencia en el
mundo tanto en los ámbitos públicos como privados no cesará
mientras que no cambie la actitud de la sociedad con la
infancia, como explica esta autora en algunos de sus
libros. (15)
Por otra parte, el respeto a las criaturas y la actitud de
informar y compartir las dificultades y los límites, y de
establecer las prioridades conjuntamente, sirve para no
hacer trampas. Porque entonces te das cuenta de que
efectivamente muchos de los límites que habitualmente se
ponen a las criaturas no están determinados por el mundo y
las relaciones exteriores existentes, sino por la dinámica
adulta; porque el ejercicio del mando sobre l@s hij@s, es
una de las vías más importantes de autoafirmación de
nuestros egos. Toda la vida obedeciendo, ahora aquí soy yo
la que mando. ‘Las cosas se hacen porque sí y porque lo
digo yo’.
Entonces te das cuenta de que hay un determinado margen de
maniobra para complacerles los deseos que normalmente no se
aprovecha. Y que se pueden tomar medidas concretas para
aprovechar dicho margen; porque nadie nos obliga a tener
ceniceros de porcelana, ni mesas puntiagudas, ni aparatos
eléctricos a su alcance, ni sofás de terciopelo, ni paredes
de gotele, etc.etc. sino que tendremos la casa amueblada y
organizada, teniendo en cuenta la existencia de una
criatura que tiene tanto derecho como nosotras a deambular
19
y utilizar la casa, según sus deseos; a utilizar el sofá
como cama elástica, las paredes para pintar, etc.etc.
La experiencia además indica, que cuando se deja el
principio de autoridad y se cambian las órdenes por la
información y la complacencia, los niños y las niñas no
sólo muestran una gran comprensión, complicidad y
generosidad hacia los adultos y adultas que les tratan de
ese modo, sino también una increíble capacidad inventiva
para encontrar las formas de hacer lo que desean.
Generosidad, comprensión, habilidad y complicidad para
aceptar todos los ‘noes’ que les esperan a lo largo de su
socialización en este mundo. Al final, como todas y todos,
se habrán tenido que adaptar a este mundo, porque no hay
otro; pero se habrá salvado algo básico de su integridad:
la producción y el reconocimiento de sus propios deseos, de
su capacidad de amar.
Incluso desde el punto de vista de la economía capitalista,
en el ámbito de lo privado, es más rentable la relación de
tú a tú con l@s hij@s que la autoritaria, porque van a dar
mucho menos ‘trabajo’ y van a contribuir mejor y más a la
economía doméstica.
En esta cuestión de no tener en cuenta los deseos de las
criaturas también influye el que sean improductivos desde
el punto de vista de las leyes del mercado y del trabajo
doméstico. Como no vivimos en un mundo donde los deseos se
sacian, la dinámica de saciar los deseos de los niños y
niñas va contracorriente de todo. Pero aquí también, el
aprovechar los márgenes de maniobra posibles redundará en
nuestro beneficio porque nosotras también dedicaremos más
tiempo a la diversión y a actividades lúdicas. De hecho
hablando de este tema con otras madres, hemos reconocido
cómo la maternidad nos ha traído la recuperación de una
capacidad lúdica y creativa perdida tras unos cuantos años
de vida adulta.
La cuestión estriba, como decíamos, en que no tenemos
ningún otro modelo de relación con las criaturas excepto el
autoritario. No tenemos ni cultura ni hábitos ni modelos ni
imaginación para representar otra forma de relacionarnos
con la infancia. Las experiencias que se conocen
(Summerhill, movimiento de Hamburgo de los años 30 del
siglo pasado (16), Sudbury Valley School(17) ...) son
puntuales y permanecen fuera de los circuitos de
transmisión de la información. En cambio, tenemos hasta la
médula asumida la superioridad adulta con respecto a la
infancia, la noción de que a las criaturas hay que
manejarlas, porque ellas ni saben ni entienden, y la
prepotencia nos sale inconscientemente. Así creemos
20
sinceramente que ser una buena madre, es saber decir ‘no’,
es saber poner límites, enseñarles el camino, etc. etc;
incluso nos dicen que es importante mostrar firmeza y
seguridad en nuestras órdenes, porque así les damos
seguridad a ellos y a ellas... Seguridad en las cotas de
sumisión que van alcanzando y en la reducción de su
vitalidad, pero no en su capacidad de pensar, de decidir y
de hacer. Recuerdo una vez que fui criticada con acervo
por preguntar a unas niñas si querían comer dentro de casa
o fuera en el porche; se consideraba que eso era dar
demasiada libertad y ¡¡¡que creaba inseguridad!!! ¡por
darles la opción de comer fuera o dentro de la casa!!!
Lo peor es que encima se argumentaba con razonamientos
psicológicos.
La sumisión es lo contrario del desarrollo de la propia
vitalidad. Las criaturas no son tontas, ni son una carga
ni dan trabajo; nosotras las hacemos tontas e inútiles, a
fuerza de contener su desarrollo, de negar su impulso
vital.
Yo como madre no puedo hacer míos los límites que esta
sociedad tiene adjudicados a las pequeñas criaturas
humanas, y que son producto de un modelo de sociedad cuyo
objetivo no es el bienestar de sus miembros, sino la
realización de las plusvalías y de los patrimonios. Mi amor
de madre por su naturaleza es incompatible con ninguna
cuota de sufrimiento y de infelicidad de mis hij@s; otra
cosa es que tengan que coexistir (su infelicidad y mi
amor), pero entonces su infelicidad será también mía: Y si
bajo la guardia y dejo de luchar por sus deseos, y hago que
mi ‘amor’ sea compatible con su infelicidad (si yo dejo de
pasarlo mal con la represión de sus deseos), es porque
estoy desnaturalizando mi amor de madre y les estoy
traicionando. En este asunto de los límites, hay una
implicación emocional de primer orden, como he tratado de
explicar, pues si hago míos los límites, si presento a mis
hijos y a mis hijas los límites asumidos por mí, como si
fueran cosa mía, les estoy diciendo, aunque yo no me de
cuenta, que no quiero su felicidad y en definitiva que no
les quiero a ell@s. Y es posible que yo no me de cuenta,
pero seguro que ellos y ellas sí lo van a sentir como una
desafección.
Así pues, llegamos a lo de siempre: la maternidad
consecuente es un permanente cuestionamiento del orden
social existente. La maternidad consecuente sería crear el
Paraíso para l@s hij@s, y si no podemos ofrecérselo,
entonces tenemos que hacérselo saber, que nuestro deseo y
nuestro amor de madre es ese; que esa es exactamente la
cualidad del amor de madre; pero que como no hay Paraíso,
21
pues vamos a ver lo que podemos hacer para pasarlo lo mejor
posible.
Sólo lo que representa sacar de la cama a las 7 ó a las 8
de la mañana a pequeñas criaturas de dos o tres años,
incluso a veces de menor edad, interrumpiéndoles el sueño
para que vayan a las guarderías o a los jardines de
preescolar, es un quebrantamiento de su salud y de su
bienestar que una madre no podría considerar nunca que es
un bien para su criatura; en todo caso, una madre que tenga
que ir a trabajar para dar de comer a sus hij@s, puede
justificarlo como un mal menor; y sentir ese mal en ella
misma, en sus entrañas; y esto se notará en la actitud, en
la empatía, en la explicación, en el consuelo, en la
comprensión de la distorsión que eso representa para su
criatura, y el fluído emocional de la madre le llegará a
ésta, y le llegará incluso aunque no tenga todavía el
lenguaje verbal adquirido. En cambio, si la madre
considera que es ‘normal’, que la criatura tiene que tragar
(porque todas hemos tragado, porque las cosas son así y
tiene que adaptarse como sea, etc.) entonces es cuando
estamos haciendo de cancerberas de un orden social
patológico, estamos haciendo de madres patriarcales,
socializando a nuestras criaturas por la vía de la
represión y del sufrimiento.
Así pues, este es el abismo que hay entre ‘el informar de’
los límites y ‘el poner’ los límites; el abismo entre la
madre amante verdadera, y la madre patriarcal que
representa el orden y el Poder.
Nada es blanco o negro. A veces nos reconoceremos de un
lado, y a veces del otro. Pero creo que con un poco de
reflexión sobre lo que nos jugamos, haremos esfuerzos para
estar más de un lado que del otro.
LO QUE LA ACTITUD AUTORITARIA
PRODUCE
* Bloqueos en la relación
sentimental @adres-hij@s.
* Freno al desarrollo de la
capacidad de amar y
de la sexualidad.
* Vampirización de la energía
vital del niño y creación de
una psique sumisa.
* Obstaculización del proceso
natural de aprendizaje y
retraso del desarrollo de
habilidades cognitivas y
motrices.
* Stress y relaciones
patológicas; violencia.
* Adaptación a las relaciones
competitivas y fratricidas
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LO QUE LA COMPLACENCIA
PRODUCE
* Relaciones sanas y fluídas
entre @adres e hij@s.
* Entorno adecuado para la
expansión de la capacidad de
amar y de la sexualidad.
* Potenciación de la vitalidad,
creatividad, responsabilidad,
y capacidad de iniciativa de
los niños.
* Activación natural de los
mecanismos genéticos de
aprendizaje.
* Autorregulación y salud; carácter
apacible.
* Adaptación a las relaciones
fraternales y de apoyo mutuo
NOTAS
(1) Dolto, Françoise, La cause des enfants, Ed. Robert
Laffont, Col. Le Livre de Poche, Paris 1985
(2) Liedloff, Jean, En busca del bienestar perdido. Ed
Obstare 2003
(3) Aristóteles, Política, citando por Amparo Moreno
Sarda en La otra política de Aristóteles, Icaria
1988
(4) ALER, Isabel Una visión sociológica de la
transformación de la maternidad en España 1975-2005
Universidad de Sevilla
(5) Chamberlain, D. La mente del bebé recién nacido
Ed. Obstare
(6) ‘Amaryi’, en sumerio literalmente ‘retorno a la
madre’; señala Murray Bookchin que curiosamente
‘amaryi’ es la primera palabra en la historia, que
designa la ‘libertad’, concepto inexistente en un
mundo donde no había represión y que –lógicamentesurge
cuando la libertad desaparece, con el
advenimiento del patriarcado; por eso la
identificación de ‘libertad’ con ‘retorno a la
madre’.
(7) Olza, Ibone Revista Mujer y Salud, De la
controversia sobre los antidepresivos en niños y
adolescentes al debate sobre la infelicidad
infantil.
(8) La obra de Alice Miller traducida al castellano, que
yo sepa es: cuatro libros editados por Tusquets: El
drama del niño dotado, Por tu propio bien, El saber
proscrito, y La llave perdida. Y Ediciones B
(Barcelona 2000) ha publicado Las raíces del
odio.Entre la obra sin traducción al castellano, son
importantes L’enfant sous terreur (Aubier 1986 y
Abattre le mur du silence (Aubier, 1991).
(9) Odent, Michel El bebé es un mamífero Ed.Mandala
(10)Prescott, J.W. Body pleasure and the origins of
violence, ‘Bulletin of the Atomic Scientist’, 1975
(11)Bachofen, J.J. El derecho materno, Anthropos.
Marija Gimbutas, Dioses y diosas en la antigua
Europa Editorial Istmo, etc.
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